COLUMBRETES: Expedición "Cremaet".

Para contarles a los demás las experiencias en nuestras inmersiones o en nuestras reuniones en tierra.
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Zona de inMersión
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COLUMBRETES: Expedición "Cremaet".

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TIRITONA 2014: EXPEDICIÓN “CREMAET”

La única diferencia entre una inmersión extraordinaria y una inmersión corriente, reside en encontrar un placer extraordinario en las inmersiones corrientes.
21/04/2014

Las oportunidades no se buscan, se aprovechan. En Semana Santa tendríamos que haber estado en aguas de Canarias, pero la subida de precios de los vuelos nos obligó a buscar alternativas. Me encontraba frente a la pantalla del ordenador, buscando una opción innovadora cuando recibí la llamada de Jorge. Sinceramente, la conversación se centró en analizar las previsiones del viento que tendríamos en la “Tiritona II”. Dirección y fuerza del viento, oleaje, temperaturas… Finalmente, llegamos a la conclusión más evidente: aplazar el viaje. Y en la búsqueda de fechas, surgió la posibilidad de aprovechar la Semana Santa con tres días de buceo en Columbretes. Está claro que, nos encontramos ante una propuesta innovadora, con matices muy singulares, de una enorme personalidad, original y alejada de esnobismos o extravagancias. Esto, por descontado, es una alusión directa a los que opinan que los desfiladeros son los lugares por donde marchan ordenados los militares. Pero...no adelantemos acontecimientos.

Organizada la expedición, aún sin nombre en clave, solo es cuestión de tiempo el que las plazas se vayan completando. Con los protagonistas confirmados, simplemente hay que esperar a que llegue la fecha. Un día complicado porque a la “operación salida” (me refiero a la que organiza la D.G.T) hay que añadir el frangollo de celebrar una final de la Copa del Rey. Por eso y para evitar paradas convergentes que no confluyen en ningún sitio, podemos adelantar y adelantamos la hora de partida para las 11:00, que en horario Scubagueto vendrán a ser las 12:00 más o menos. Antes paso a buscar a Fernando, su equipo de buceo y la cámara de fotos que con toda seguridad me va a fastidiar el “Cubiqueitor”. Alex y Laura salen de Barcelona. Rafa, desde Denia. Agustín ya está en Benicarló. Esta diáspora de Scubaguetos facilitará las labores de cubicación, tanto en bultos, como en vehículos. Destacaremos que por una vez y sin que sirva de precedente nadie nos dejó donativos en forma de retrovisor.

Tras despedirnos de Sonia, callejeamos por las gloriosas avenidas del imperio Carabanchelero y abandonamos Madrid por la A3. Unos 168 kilómetros más tarde, paramos en el Marino (apunta Lirily) a saborear unos deliciosos bocadillos de panceta a la brasa con queso Manchego de la Mancha, lo mejor que se ha inventado para el buceo desde la gama de ordenadores Oceanic. Eso sí, como ando enfrascado en la empresa de meterme en un Probe de la XL, mi bocata escasea en panceta, quebranta en lo referente a queso manchego y adolece de pan. Situación aprovechada por la panda de insidiosos que me acompañan que no desperdician la oportunidad de pasarme sus mendrugos rellenos por mis desamparadas fosas nasales.

¡Que ganas tengo de que llegue el sábado para perderlos de vista a todos¡ No aguanto ni un minuto más en este almuerzo.

Con estrategia a dos paradas, saboreamos una onerosa infusión antes de decidir si nos acercamos al puerto o visitamos Peñíscola. Jorge, nuestro patrón, nos recomienda una visita a la bella ciudad costera para que nos envuelva un poco la historia, podamos saborear la esencia del mediterráneo y sobre todo...no le toquemos de forma tan prematura los cojones. De manera que ascendemos por las empinadas y empedradas calles de subida, donde aún resuenan la legendaria frase “Papichulo, he sido muy mala”. Un descenso (empinado y empedrado) nos separa de nuestro penúltimo “pit stop” en la terracita Chillout del bufadero, sentados ante una mesa más inclinada que los pechos de Irina (la de Murillo). Cervecita al sol, tapa y buena compañía, no puede haber nada mejor en posición sedente. Por fin llegamos a Benicarló, abordamos el Devismar y vamos cogiendo camarotes y estibando equipos. Este año nuestro barco cuenta con nueva decoración, iluminación mucho más lograda, optimización de barbacoa y edredones individuales. Esta vez, cambio mi “cuchitril” con Agustín y pasaré a compartir camarote con Nacho. La comprobación de la holgura que tendré con respecto al ventanuco tendrá que esperar a la siguiente expedición. Esperamos el inicio del partido y la llegada de todos nuestros compañeros en una cena repletas de “kebabs”, “Kebabs enrollados” y “Pizzas”. Yo tomé una ensalada.

El descanso del partido lo aprovechamos para dar las indicaciones oportunas sobre el uso y disfrute del barco, de manera que cuando Pinto abrió las piernas y Bale encontró el hueco para meterla, decidimos mitigar el sufrimiento de los aficionados Culés y dejar la zona noble del Magreb para comenzar la navegación. Una navegación muy agradable, iluminados por la luz de una luna preciosa y mecidos por un leve oleaje que nos acompañó hasta fondear en el exterior de la Illa Grrossa. Acomodados, esperamos la aparición del astro solar antes de decidir que nuestro primer punto de inmersión será en la Foradada. Con precisión, coordinación, eficacia, diligencia y celeridad (en el sentido Scubagueto de estos términos) nos preparamos para saltar al agua.

Sí, tú también te has dado cuenta, ¿verdad?, he omitido cualquier referencia al desayuno acafelado y henchido de bollería "hacendada" embadurnada con Nutella, un conciliábulo en el que no participé ante la sorpresa de Jorge y las amenazas veladas de Nacho. Con el sistema de reciclaje del barco activado (de nada, compañero) y templados por los primeros rayos del Sol que se asomaban con timidez por la cima de la Foradada, saltamos y comenzamos el descenso. Navegamos manteniendo los cuatro más uno metros de profundidad, entre un cardumen enorme de corvinas, hasta girar a la izquierda, buscar la piedra cuadrada y encontrarnos ante el arco inexistente de la Foradada también conocido como Raúl pointed arch. Bajo las impostas de piedra se esconden dos enormes bogavantes y alguna langosta que distraen nuestra atención de la enorme cantidad y variedad de nudibránquios que pueblan las piedras centrales y los meros que se asoman abandonando la seguridad de sus oquedades, sorprendidos por la visita. La vuelta la alargamos cruzando por el territorio de los dent…inos, sorprendidos por el gran tamaño que alcanzan las langostas, alguna morena de patrulla y los famosos tordos azules de toda la vida. Una maragota pone punto final a una inmersión que terminó más por la dilatación de vejiga que por el consumo de aire.

Tras un alivio rápido a la tensión prostática, nos acurrucamos en la bañera ante las viandas ofrecidas por nuestro patrón. Un caldito, jamón, queso, pan y líquidos poco espirituales pero muy hidratantes. Una conversación agradable (se nota que no hay cobertura) que solo se interrumpe por la necesidad de red de proa de algunas espaldas y el constante arrullo por el murmullo del compresor. Dos horas y pico más tarde, nuevo descenso buscando las “Barras del Peña”. Un recorrido sobrevolando la pradera de algas de donde sobresalen enormes nacras que sirven de refugio a pulpos y de atalaya a las estrellas de mar. La pradera se interrumpe por la punta de la barra, abarrotada de nudibránquios y que refugia a los grandes meros, algún abade y una pastinaca que descansa sobre la cresta oeste. Más langostas curiosas agitando las antenas y un bellísimo ejemplar de cerianto blanco que no puede pasar desapercibido decoran los mejores minutos de una segunda inmersión con un techo de castañuelas y bogas que anticipan un mes de mayo de pelágicos.

Mi ordenador empezaba a amenazar con paradas de descompresión cuando iniciamos el ascenso. Ya en el barco nos despojamos del traje seco y nos preparamos para recibir las viandas braseadas que ya nos está preparando Jorge. Ensalada, pollo a la brasa y postres prohibidos para mí, pero muy solicitados por el resto de “Devisnautas”. Tras la agradable sobremesa, llega la relajación y con ella la aparición de una garrafa con un líquido de viscosidad variable y aspecto oscuro de incierta procedencia y sin recomendaciones de las autoridades sanitarias que responde al nombre de “cremaet”. Como un alquimista en busca de la piedra filosofal, Agustín remueve el licor y le acerca una llama lo suficiente como para que se desaten todos los infiernos. Completa el exorcismo a base de granos de café y cáscara de limón, antes de servirlo en los cuencos ofrecerlo al resto de jorguines, arrobados ante semejante innovación. Quizás el más propenso a la experimentación casera fue Nandu, que durante el resto de la singladura indagaría sobre los diversos usos y costumbres del “Cremaet” y su comportamiento en ausencia de digestivos.

En un mar completamente en calma, lo que se conoce como “Mar Antoñado”, pasamos la tarde navegando entre islotes remolcando un tronco que hubiera resultado peligroso para la navegación. Al caer el sol, por fin llegamos a Puerto Tofiño, entregamos el resto de árbol a los vigilantes del parque y nos disponemos a cenar. Jorge, viendo lo reducido que es mi ingesta, sospecha de una posesión diabólica o de una abducción extraterreste para justificar mi comportamiento, alejado de la Nutella y de las natillas del hacendado. Por la noche, los cardúmenes de “Currucas” pasan bajo la quilla del Devismar mientras que en radio Columbretes, se anticipa la canción del verano: “Aua, aua”. Hubo un grupo, llamado buggles, que allá por el 79 sacó una canción que… bueno, mirarlo en el google y no hagáis que parezca más viejo de lo que soy. Los compases del “Auapanga style” servirán para que caigamos en los brazos de Morfeo.

En el mar, en plena noche, puedes encontrar un momento de paz para asir con delicadeza pero con firmeza una palanca erecta y realizando un movimiento acompasado, rítmico y cadencioso, esperar a ese pequeño momento de placer que sacude el sistema nervioso cuando todo sale al exterior. Para experimentar tales deleites, tienes que venir a Columbretes. Afortunadamente siempre me quedarán las gafas de cristales porlizos, y tal y tal.

La noche trajo oscuridad y viento fuerte y del sureste tal y como las predicciones de Maldonado no habían sido capaces de predecir. Con el mar agitado en el exterior, exploraremos el interior del cráter. Al igual que ocurre con las lagartijas endémicas de la isla, el Sol nos anima y revitaliza, vamos, un tratamiento de belleza integral si tenemos en cuenta que la temperatura del agua nos va a dejar la piel tersa. Tras el descenso, navegamos con rumbo este (si vamos pallá, la vuelta será pacá) sorprendiendo a una langosta en su desplazamiento. Fuera de la cueva, el animal levanta sus antenas haciendo un alarde de fuerza mientras busca la protección de las rocas cercanas. Los meros siguen esquivos y de vez en cuando, un gran dentón navega a nuestro lado con su eterna cara de disgusto. A los 100 bares (bar arriba, bar abajo) regresamos entre corvinas, espet…inos muy bordes, castañuelas y pequeñas salpas. Las chuclas patrullan incansables las praderas de algas mientras que los salmonetes reales ponen una nota de color rojo a la oscuridad de las grietas. Un pulpo enorme pasea sin que parezca importarle la proximidad de los meros mientras que los tordos se afanan en preparar sus nidos ante la mirada curiosa de los gobios. Una completísima inmersión que se prolongó más allá de la hora y cuarto.

Aprovechamos el intervalo en superficie para desplazarnos a otro fondeo. Tras una maniobra precisa, disfrutamos de una calma total y un calor que por momentos invita al refugio de la bañera. Por fin, vuelve el silencio que indica que las botellas están llenas. Una pequeña charla y gracias a los buenos hábitos adquiridos en unos minutos volvemos a estar en el agua. Bien fuera por las esperanzadoras noticias sobre la mejora de Fernando Alonso, bien por las ganas de descubrir una nueva inmersión, la cuestión es que, más que bucear, surcamos el horizonte marino según se expande hacia lo negro a una gran velocidad fruto del ansiamasá que recorre nuestras venas desde el totiso hasta los ñames. Llegamos al canal, giramos a la derecha y continuamos por la pared hasta llegar a la pequeña praderita donde se abre el enorme corte que penetra varias decenas de metros en la Illa Grossa. Un estrecho y alto pasillo cuyas paredes están repletas de nudibránquios y que recompensa nuestra audacia regalándonos un maravilloso contraluz de salida, una imagen que será muy difícil de olvidar. Pero, hay que volver y a juicio de los pitidos de ordenadores, sin demasiadas concesiones. Ángel ya me ha hecho la señal de media botella y Alex y Laura tampoco van muy sobrados. Si la ruta de ida transcurrió rápida, rápida, la vuelta fue más que un recorrido una tele transportación que no impidió que encontrásemos dos grandes ejemplares de cigarra de mar y nos topásemos con el enorme ejemplar de mero pálido que suele estar recostado en el arenal. Tampoco evitamos la tentación de dar una vueltecita por las “cuadras” a buscar los caballitos. Otra parada de seguridad tratando de obtener una imagen digna de los “dragoncillos” que ya exhiben su librea anaranjada justo antes de romper la superficie y dar por terminada otra inmersión que se acercó a la hora y veinte minutos.

Por supuesto, un caldito reparador nos espera y aunque Jorge nos tratara de convencer de las ventajas de meterse en la boca cualquier cosa untada con Nutella para quitarnos el hambre no le quedó más remedio que servirnos los Scubaspaguetti que se regaron con unos buenos “Cremaets” servidos en generosas cantidades. Ni que decir tiene que el néctar fallero amplificó las ya de por sí portentosas cualidades de mis gafas de poligonero y no diciendo más nada, lo dejo dicho todo. A la hora señalada, antes de vernos invadidos por el merme, hacemos la visita a la Isla, magistralmente guiada por Lucia y que contó con el factor aventura del vuelo de los patos de mar y las lagartijas behind the musgo. Tras un grato paseo, regresamos a bordo para dar buena cuenta de unas pizzas a la brasa a las que, finalmente, no me pude negar. Y casi sin avisar, llega la noche de Columbretes, mágica y empiezas a perder el control de los sentidos, obsesionándote con repetir el momento mil y una veces. Una noche transparente que a veces ampara a los tramposos y se llena de gritos y cambios de canal. Una noche que empieza y acaba con el cambio de color de las paredes del cráter y algún que otro simulacro de abandono del barco por efectos de guerra química. Una noche que anticipa una mañana de disfunciones peristálticas en función del descenso de nivel de la garrafa de “Cremaet”.

La primera inmersión de la mañana recorrerá las crestas del “Marrón de Jorge / George´s Brown” con parada obligatoria con el mero cariñoso de la piedra en forma de… eso que rima con camarroya. La segunda, el Mascarat exterior pero sin prisas, recreándonos en la suerte de encontrar mi “mera” cariñosa, incluso facilona, que posa con gran naturalidad. La misma forma campechana de chupar cámara de una langosta que podríamos llamar “Obregón” por la soltura que mostraba. Parece mentira, han sido tres días, seis inmersiones (todas con más de una hora de duración) y aún nos sorprende que tengamos que volver. Queda la paella de vuelta, un poco “socarrada” (y eso sí que es una novedad innovadora) la presiesta, la siesta y la postsiesta, la foto de grupo, el reciclaje de basura, el cubiqueitor y un viaje de vuelta que empezó con tormenta y terminó a 60 kilómetros de Madrid, en una cuesta arriba, con la rotura del motor de la Scubamovil. Una rotura que tiene muy mala pinta.

Atrás quedan las estrellas, la luz del faro, las aguas tranquilas, los meros y las langostas. En el horizonte, Benidorm y una nueva expedición a Columbretes, pero eso, será otra historia.


Zona de inMersión
Me gusta bucear en el Mediterráneo porque los dioses viven por aquí.
Se pueden ver en esos atardeceres homéricos… es la felicidad.

Otra Scubacrónica de Jose Luis González...

Un saludo.
Raúl :D

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