CARBONERAS: Expedición "Sacarina".

Para contarles a los demás las experiencias en nuestras inmersiones o en nuestras reuniones en tierra.
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Zona de inMersión
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CARBONERAS: Expedición "Sacarina".

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CARBONERAS: EXPEDICIÓN SACARINA

Una lectura imprescindible si te gustan las luces rojas de puticlú chino o la cerveza con sal.
06/07/2014

Miro una y otra vez las previsiones del tiempo tratando de anticipar la mejor zona. Trato de adivinar lo que nos puede venir y de dónde. Intento que las escapadas salgan lo mejor posible, que nadie pase malos ratos. Busco la mejor opción entre la calidad y el precio. Finalmente lanzamos la propuesta y… Es algo parecido a la pesca, tiras el sedal y sólo tienes que esperar. A veces sale todo bien, pero en ocasiones...


La semana llevaba en sus genes esa extraña sensación de quedarnos el fin de semana en Madrid. Lo que ocurre es que los misterios del universo Scubagueto son incognoscibles e ignotos y no contamos con la capacidad de convocatoria. Llamada tras llamada, con los wasap echando humo, reunimos un pequeño grupo de irreductibles con ganas de bucear y buscamos el teléfono de los chicos de Carboneras.



Que sí, que queda lejos, lejos de a tomar por c…, pero que nos permitirá acabar con los cursos pendientes de OWD antes del parón por catamaraniasis aguda de julio. El último en apuntarse fue Nacho el imperturbable, que vino con un catálogo de performances para aspirantes a Dive Master con tanta inquina que parecía que se hubiera visto la colección completa de películas de Fu-Man.Chú y algún que otro directo de Georgi Dan. Alguna de ellas se aprovechó, otras, se aprovecharán.


Lo principal era terminar los OWD, entre ellos los de Guille y Paula. El primero ya no se pisa el babi, pero la segunda es un romero tordo de lo más ternasco con el módulo de “comportamiento social del gueto” pendiente de convalidación. Precisamente la incorporación de Rubén, otro con cosas pendientes de las que NO se pueden dejar para agosto evitó que nuestro futuro limpiaparabrisas de oro alcanzase el Nirvana del conocimiento Scubagueto en el aula magna de la Scubamovil. Afortunadamente, bien por las clases particulares que impartieron Alma, Vanesa y Sonia, bien por el talento innato y sobresaliente de Paula la conversión fue tan rápida que en los preparativos de la nocturna del sábado ya se intuía que la chica tendrá más peligro que un tiroteo en un ascensor… pero no adelantemos acontecimientos.


Por cierto, Vanesa, Alma, y Sonia…



De estas tres sólo podemos decir que son como mezclar ácido clorhídrico encima de sulfato de lo que sea, que se produce una reacción que flipas y se empieza a liar parda. Y eso que no vinieron ni el anhídrido de Isa, ni el hidróxido de Bea, ni el hidruro de Silvia, porque entonces estaríamos hablando de zonas catastróficas o del fin del mundo. Sin exagerar, juntarlas a todas puede ser como si llegara el apocalipsis pero en versión Gotzila cabreado. Y para conseguir eso sólo hace falta un comprador y un certificado médico.... y no diciendo más ná, lo dejo dicho tó.



Porque, el reto de Columbretes… ¿está aceptado?


A lo que vamos, que a las diez teníamos convocados a todos en Zona incluido Rubén, que sentenció que si viajas en la Scuba y no haces todo el recorrido no puedes decir que has hecho toda la escapada, dejando a un ilustre Salmantino con aletas personalizadas en una posición más incómoda que hacer el buda entre los asientos… pero no adelantemos acontecimientos.


Cubiqueitor de coches, cubiqueitor de maletas, ideas para vídeos y el suave rugir de nuestro vehículo que hace su segunda singladura con su trasplante recién completado. Con la innovación convergiendo en nuestros mejores deseos dejamos la noble e ilustre villa de Carabanchel y ya lanzados nos enfrentamos a la A$4, nuestro némesis, para continuar con la AP36. Tras dejar con nuestras preguntas a la chiquina de la caseta más desconcertada que Ozzy Osbourne en un concierto de los Jonas Brothers confluimos directamente a los Chopos, a tomar lo que sea a la brasa y olvidar un poco los comentarios de Sonia que lleva un fin de semana más negativo que el de la ley de Murphy deprimido. Pedimos el ya clásico chismarro a la brasa, pancetas, tortillas, extremidades de porcino cristalizadas al aceite de Andújar y cafés servidos por una camarera que tenía menos gracia que regalarle a Stevie Wonder una película de cine mudo.



Poco a poco recorremos la distancia que nos separa de nuestra segunda parada: la Parada. No, no esperéis un comentario divertido, es que el sitio se llama así, La Parada, que por cierto, tiene un mostrador con más solera que el albornoz de Don Quijote,más surtido que una tienda de galletas Cuétara y tres gatos con cara de perro que son los que le dan un toque exótico al lugar. Aprovechamos para refrescarnos, estirar las piernas, deleitarnos con los comentarios técnicos de Luis sobre el funcionamiento de un palillero y continuamos para presentarnos en Carboneras a eso de las diecisiete horas, hora zulú.



Descargamos los equipos, cerveza mediante (Nacho rules) y nos dirigimos a los dominios de Felipe para tomar posesión de nuestras habitaciones, que sin toallas de formas constrictoras ni reparto parimpar tienen menos emoción que Murillo explicando un saque de esquina. Tras unos minutos nos reunimos en la terracita del Bar que tiene un sistema de refrigeración con más humedad que hacer una excursión con Silvia por las cataratas de Iguazú y que motivó – mira tú que sorpresa – las iras de Sonia, más negativa que la declaración de la renta de Carpanta.


A las 20:30 estamos todos en el centro menos Paula, Javier y Maica que llegarán un poco más tarde. Antonio Dc desiste de la experiencia por unas pastillas que no tienen nada que ver ni con las que suele usar Murillo (eso sí, a partir del tercero), ni con las que maneja Alma y que luego cambia por Lacasitos. Eso de dejar de fumar traerá unas consecuencias producto de las circunstancias de las que trataremos de dejar constancia en esta crónica. Montamos los equipos con tranquilidad y sin sobresaltos y justo cuando estamos preparados llegan Juan Antonio, el otro Rubén, el de la perilla como el flequillo de un pony y Eugenio, largo y de aspecto como de una fregona con cejas, que nos acompañarán al puerto a despedirnos como si fueran colegialas en la gira de los Bom-Bom-Chip y que tomarán una instantánea de mi hercúlea y robusta figura en tareas de director de películas conceptuales que puede que pase a la historia como el octavo motivo por el que una díscola de pelo áureo tiene que volver a Carboneras.


Las barcas surcan el tranquilo mar bajo una luna de ensueño con dirección al cráter. En mi cabeza ronda la idea de asegurar las Corvinas pero, algo me dice que no es justo negarle una última oportunidad a una nocturna aquí. Fondeamos. Todo se queda tranquilo. Esperamos un poco, hasta que la luna ilumina tanto como el sol y saltamos al agua. Por fin encontramos aguas calientes, ya era hora. Creo que dentro de poco toca aparcar mi Bare de 5mm con huellas - faltas de mordiscos - en las posaderas y lucir tipito con el shorty. Luego, cuando descendemos, la termoclina me aconseja esperar un poquito más, puede que hasta Cartagena, Columbretes, Calahonda, más Columbretes o el Rojo, más o menos en ese orden. Asciendo al cráter tratando de mantener a Rubén más perdido que Belén Esteban en el Saber y Ganar y recorro una de sus paredes hasta llegar a la grieta que contiene más morenas que un concurso de camisetas mojadas en mercadillo de Quito. Ahora cambio de rumbo y bajo por la pared hasta las gorgonias descubriendo las gambitas transparentes que corretean entre pólipos. Antes de confirmar que hay alguien con 100 bares, vemos estrellas, escorpinas (tiradas a puñados) y una Alicia mirabilis en fase púber. Ascendemos por la casa de Felipe que sale a saludarnos y es cuando le pido a Rubén que me lleve al barco. Evidentemente, un alumno tan avezado, curtido y versado en el arte de la pérdida con criterio, pone la misma cara que cuando Luis te explica el sistema de apertura de la tapa del yogur y te dice que más o menos por allí, o así, y con el mismo gesto audaz que ponen los mandriles cuando se rascan el culo pero sin hacer ningún Vettel (Gallifante para él) enfila con autoridad y decisión la dirección… opuesta. De todas maneras antes de dejarle en el fondeo para reflexionar tenemos tiempo de juguetear con una chicharra, perseguir a una estrella de arena - llamada sí porque vive en la arena -, y descubrir en las grietas que hay bajo el ancla una manifestación de nudibránquios de color morado. Tras setenta minutos de inmersión y con la posibilidad de perdernos el postre, nos cambiamos con mucha coordinación y paseamos hasta llegar a la casa de Diego.



Cuando aparecemos por la puerta, el grupo, (los dieciséis) está por fin reunido. Pulpos y calamares para compartir, ali-oli, gazpachos de esos que pueden cambiar el curso de la digestión y el nuevo rey de la repostería - la tarta casera de tres chocolates – desfilan ante una mesa que tiene como norma única mantener el vinagre fuera del alcance de Nacho.


Huérfanos de ansiamasá convergente, la noche se acorta mucho sin mojitos ni elucubraciones.
Dormimos del tirón, o, al menos, eso tenemos que decir.


Tras salvar la economía doméstica, la mañana comienza con Vanesa lubricándo el derecho para con una destreza digital sobrecogedora hacer la introducción apropiada y pasar al izquierdo. Y ahí lo dejo. Desayunamos. Van llegando todos: JuanHo, con su voz grave que parece Darth Vader con afasia, Guille, con el pelo como si le hubiera lamido una vaca, Luis, enfrascado en explicarnos los fundamentos físicos de la apertura del sobre de azúcar, Maica, Paula, Javier, Nacho, Antonio, que con los nervios parece Ester Cañadas con el cuerpo de Pozí, Juan Antonio, el que te puede poner cacareando como una gallina, Rubén, Eugenio, el otro Rubén, Vanesa, Alma, Sonia, negativa como un funcionario sin moscosos y yo.



En la plaza, nos recoge Alberto, de los gañanes de Buceo Carboneras, el más fuertote, el que parece un espartano, como las sandalias. Ya en la calle, nos encontramos con Gabi, un tío responsable que parece que manda mucho y es el que le da un poco de seriedad al centro y Manu, el que tiene el pelo como la raíz de las cebolletas y da órdenes constantemente como “ya voy yo si eso”. Los tres, han entendido perfectamente nuestro grado de locura y parecen estar encantados con nosotros lo cual me deja más perplejo que Chuck Norris en una manifestación pacifista. De una u otra forma hemos encajado dinámicas de tal manera que tenemos una relación francamente buena, como de quedar a tomar unas cañas y pasar del wasap. Eso se nota en que en su centro, nuestra casa, estamos más cómodos que un gato sobre un saco de harina.


Con orden y disciplina bajamos al puerto y vamos ocupando las barcas, la blanca unos, la roja otros, y los daltónicos la verde. Un ligero empujón al muelle nos catapulta a la mitad del puerto y desde allí vamos viendo como las banderas se doblan hacía un lado. Como esto nos da menos información útil que el Facebook del Tocayo, navegamos pegaditos a las cosas que flotan del color rojo dando uso a los cristales porlizos que ya van calurciando en 1080 y con su relufao recién reparado me proporcionan momentos intensos como el aroma del café de anuncio. Optamos por buscar "Las Corvinas" que están protegidas del poco viento y apenas se levantan olas. El poético romper de las olas se quiebra cuando los equipos con buceador adosado comienzan a caer al agua. Poco a poco los grupos se van formando y es entonces cuando Antonio profiere un grito agudo, como los del Fortu -el cantante de los Obus- con afonía. Pero bueno, Antonio no maldecía por gustos musicales sino por el sabor dulzón asacarinado de su boquilla. La ejecutora ya ha sido identificada, pero la mente torticera aún sigue en la sombra, y (aquí tendríamos que poner música de esa de miedo y sobresalto) también viene al Rojo.


Centrándonos en la inmersión en cuestión, unas corvinas de las buenas, con dent…inos, espet…inos, morenas, murio…ninos, congrios, nudis a patadas, meros, abades, salpas, sargos, tantos como niñas en un concierto de los One Direction y nuestra OWD que con más nervios que Pinocho en la máquina de la verdad termina sus diez litrillos en menos de 26 minutos. Eso sí, 26 minutos muy bien llevados sobre la pradera de posidonia, sin aboyaduras. Dejo a Paula en el barco y voy recogiendo grupos dispersos, buscando el caballito y disfrutando de una inmersión de cincuenta y cinco conquenses minutos. Perfectamente ordenados en parejas de tres o de uno van llegando todos, mención especial a nuestro “padawan” de Dive Master que salió con tres y volvió con cinco (de Cuenca, claro) y con el sabor dulce del triunfo en su boquilla. Tras poner a prueba los conocimientos de Rubén sobre porteros del C.D. Tenerife con apodos de simio, lo que le valió una rima de élite, regresamos a puerto a cambiar botellas y prepararnos para la segunda inmersión del día.


Esta vez fondearemos en la lengua de arena próximos al arco de San Andrés y una vez nos reunamos todos, menos Rubén que al parecer se enfadó con nosotros más que Chuck Norris viendo los puentes de Madison, decidió perdernos el cariño y borrarnos del Facebook para probar orientación con Sonia y sus opens dejándome sólo con lo más granado de la caterva Scubagueto. El motor sigue escondiendo muchos bichos en su interior y enlaza con una pared repleta de gorgonias y grietas que esconden mucha vida. No es raro terminar escudriñando el arco y salir por la tangente buscando en la arena los pejepeines, alguna tembladera, peces rata y pequeños pulpos que pueden esconderse debajo de la concha de una almeja. Lo mejor de la mañana fue ver a Nacho, mirando fijamente – igual que Falete mira un pastel de queso – a Rubén y su intento de “Murillada” con triple ballestrinque en cabo de fondeo mediando estrangulamiento de cuello con cabo sostenido y pérdida de mosquetón.


Tengo foto, y la voy a poner en el Facebook.


Tras setenta y dos minutos de agua y con la satisfacción del deber cumplido, hacemos resumen de lo acontecido, regresamos al puerto y descargamos todo.


Donde hay hambre, no hay tapa


Ahora sé que hay alguno que respirará pensando algo así como “se ha olvidado”. Es lo que tiene terminar la tarde con el “grupo” encendido, que te recuerdan cosas, como por ejemplo, Javier levantando la botella para averiguar si es de 12 o de 15 o Rubén, de los dos que había el que no se parece a una boñiga con lazo, que se puso el traje con la cremallera por delante, pero tuvo la dignidad suficiente como para poner esa cara de “no me puede estar pasando esto a mí”, decir “voy a ver si me pongo un chaleco de calor” y marcharse al vestuario a enmendar el entuerto.



Es que lo tenía que decir, son consecuencias de las circunstancias.


Tras comer viene la siesta veraniega y el despertar con ansias de nocturna. Un período en el que, hay quien tiene regulador de “zurdo” y quien cambiará la cerveza “sin” por la cerveza “sal” sin que, a día de hoy, tenga constancia ni del “modus operandi” ni de los autores materiales, ni de los autores intelectuales. Y en esta oportunidad no voy a desvelar las mencionadas autorías, y aquí lo voy a dejar, y aquí, lo dejo.


La nocturna me resulta muy extraña, sin Nacho en el agua y con Antonio meciéndose en un barco (la vida al revés), sólo tengo una idea martilleándome la cabeza...


¿ Qué coño piensa dar Antonio a los de Greenpeace ?


La nocturna es de esas que no se pueden contar a Sonia. Mucho nudi, sepia, sepiola, cangrejos de mil tipos y colores, alicias (nunca había visto tantas en una sóla inmersión), peces rata, tembladeras, morenas de caza fuera de sus guaridas y como broche de oro, mi caballito justo donde lo dejamos la última vez pero con más ganas de posar. La inmersión vio los 77 minutos de inmersión y salimos no por consumo, sino porque Vanesa ya empezaba a recordar temas de lady Gaga y dio por terminada la sesión de buceo.


El ritmo en estas escapadas es altísimo y si la inmersión terminaba a las 22:56, a las 23:30 con la desesperación que sólo puede dar el hambre (y Luis explicando los pormenores bioquímicos relacionados con el funcionamiento de un salero) atacamos las ensaladas y así sucesivamente hasta llegar al postre. Luego, una noche negra que pasé en una habitación con más luces rojas que un puticlú chino y una peformance de sombras chinescas en erección que me condujeron a un estado de hipnosis regresiva profunda. Cuando me desperté me habían regalado un neceser de Hello Kitty, Vanesa decía tener dolor de cuello, Sonia tenía peor carácter que un malo de película de chinos y mi ordenador curiosamente, marcaba rumbo directo a Cuenca. Lo único que se puede hacer en estos casos es desayunar con dignidad, disfrutar de los encierros de san Fermín y cargar la Scuba para terminar el último día de buceo.


Saltamos al agua con un Antonio más mosqueado que el casero del fugitivo buscando responsables a cualquier disloque técnico. Bueno, más que buscando responsables, culpando directamente a Nacho el imperturbable que con esa actitud tranquila y relajada parece más sospechoso que un paparazzi en un fotomatón. Y eso que no hay pruebas contundentes que lo relacionen con la sacarina, la sal, los latiguillos o las aletas de Murillo.



Bajamos de nuevo al motor esta vez con Rubén ya formalito y me encuentro con un pez luna facilón. Le pude filmar de frente – Por cierto, Sorbete, tenemos que hablar de este tema que tengo una idea en mente que… -, de perfil derecho, del otro perfil derecho… el pez parecía hipnotizado por la luz de mi único foco (la pletina se partió por la mitad el viernes) y apenas se movió hasta que la presencia de todo el grupo le incomodó – por cierto Rubén, que he visto el vídeo y creo que estás haciendo un “Miriam” como hacía tiempo que no veía – y se alejó. Luego volvería. Tras la experiencia toca experimentar esos síntomas de narcosis y al regresar, comprobar que siguiendo al pie de la letra mis indicaciones nos habían dejado más solos que a Luis Suarez (el del Barça) el día del amigo. Bien, pese a que veían las aletitas allá en la lontananza, decido tirar por la pared de las gorgonias y luego al cráter y luego al arco pequeño (el de arriba) para dejar a Rubén con el curso medio hecho -le faltan dos para aprobar- y continuar buscando a Sonia que viene con sus alumnos más contenta que un perro con dos colas para confirmar que la verdad universal del buceo volverá a escucharse en Zona de Inmersión.


Pero nos queda una, la de disfrutar, la buena, la de verdad, la de volver a ver dos lunas, el cardumen de espetón, el otro caballito -que ya, que sí, que está- la de gozar buceando, la de ochenta y dos minutos de sorpresas en aguas mezcladas, no agitadas que terminé con el tipo que tuvo la culpa de que Paula no viera el caballito. Ya está, tenía que escribirlo.


Regresamos a puerto. Lo que viene ahora, es lo de siempre, o casi. Recogida, cubiqueitor, despedidas, tapas y más tapas (nunca más ración), repostar combustible, helado (gracias Rubén, pero yo por menos de Jabugo no doy mi brazo a torcer) y viaje con sueño incorporado del que recuerdo una toalla, pies, pero de todas las posturas posibles (y alguna imposible) comentarios con muy pocas interpretaciones (chupameló, házmelo, así, te lo comes), lluvia por dentro de la furgoneta, y que termino con Alma haciendo el buda entre (no sobre) los asientos, atascada, puede que por efecto del teorema de la ventosa. La culpa es mía, porque las tengo muy consentidas.


Llegamos a Madrid con una puesta de sol de colores rojos, como los de la habitación de Carboneras donde aquellos a los que les gustan las luces de puticlú chino o la cerveza con sal, hemos prometido volver. En el horizonte, un julio plagado de Columbretes, pero eso será otra historia.

Otra Scubacrónica de José Luís González...

Un saludo
Raúl :D

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