COLUMBRETES: Expedición "Sandino".

Para contarles a los demás las experiencias en nuestras inmersiones o en nuestras reuniones en tierra.
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Zona de inMersión
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COLUMBRETES: Expedición "Sandino".

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COLUMBRETES EXPEDICIÓN “SANDINO”

Cometeremos errores, porque siempre intentaremos hacer cosas nuevas...
31/07/2014

Me despierto. Miro a mi izquierda y no veo el hueco con los salvavidas. En su lugar hay una mesilla con un despertador. Un despertador que no suena a campana. La cama no se mueve y el techo queda muy arriba. Por la ventana no veo ni olas ni la silueta del Mascarat recortándose en un amanecer como los de las películas de besos, sudor y carreras con chanclas. Bajo por las escaleras sin apoyarme en improvisados pasamanos y sin tener en cuenta si la posición del pie es paralela al escalón. Cuando salgo al exterior, ni quinientas pardelas podrían ahogar el infame sonido de los de telefónica trajinando con el cable. No hay productos del Hacendado sobre la mesa. Estoy en casa. Mientras abro el cierre, veo un montón de cristales rotos, sonrío y pienso:

¿Sabes lo que hace un pavo en un suelo con cristales rotos?.

La respuesta me lleva de nuevo al Devismar, de nuevo a casa, de nuevo a la singladura de las expediciones “Sandino”, “Mare Nostrum 2” y “Pavo”. Tres expediciones consecutivas que resumidas en cifras podrían ser más o menos así: Doscientas diez horas de compañerismo, aventura, diversión y buceo, trescientas cincuenta millas con olas de altura variable según se mire la aplicación de Nieves o el factor “chanchullo” de Flanahgan, una tormenta, dos toneladas de arroz integral, un ejercicio continuo de reciclaje, tres holas sinceras, tres “hasta pronto” de emoción, dos licores exclusivos, siete misiones de búsqueda y recuperación, una botella, una linterna y un bolsillo de lastre perdidos, dos sesiones de humedad en proa, setecientos treinta chistes sin repetir, un curso avanzado de inglés que ha sido la “big crash” una recuperación para el buceo, una solución al problema EPIRB, dos caballitos rojos, uno amarillo, tres “Murillos”, dos “Beas”, varios “Bea” y un par de “morenos” que pudiendo ser “Silvias” se quedarán en eso, en “Morenos”. ¡Ah! y una salida de tambucho, pero no adelantemos acontecimientos.


Y ya que hemos abierto la caja de Pandora empezaremos este relato reconociendo que pese a la espectacularidad de la acción, el primero que decidió marcharse a menos de dos minutos de ver algo increíble fue J. Moreno, por eso, en su honor y para su lamentada desgracia no podemos considerar como un “Silvia” el hecho de dejar tirados a dos compañeros justo antes de ver los caballitos de mar, y por esto a su debido tiempo diremos que Silvia se hizo un “Moreno” sin que esto pueda tener otras connotaciones, que ya nos conocemos y os veo venir, pero no adelantemos acontecimientos.


- Si es que no puede ser de otra forma – exclama una Sonia en claro “prepost” y más negativa que una encuesta sobre la población activa. De manera que a mediados de julio con la operación salida de la DGT en pleno apogeo, tengo que ponerme en marcha a las tres de la tarde y callejear para ir a buscar al “octavo pasajero”. Cuando llego a la dirección, busco en la lista… se llama.. a ver, sí, Javier, ya está pero… tengo tres “Javier” en el crucero. Primera decisión importante, diferenciarlos pero, ¿cómo?.


Ya me preocuparé de eso más adelante. De momento hay que arrancar y buscar la A42, la R4 y de allí a la AP36, luego enlazaremos con la A3 y rectos a Benicarló. Como tengo el depósito lleno sólo paramos a tomar un café. En mi bolsillo llevo diez euros. Javier, me pide las llaves de la scuba porque se ha olvidado el monedero y quiere comprar “pa fumar”. Yo, que no he fumado en mi vida, desconocedor del importe del tabaco le dejo los diez pavos. Para mi sorpresa, me devuelve treinta y dos céntimos. ¡¡¡ Joder, lo caro que es el vicio !!!. Ahora soy yo el que tiene que ir a la Scuba a buscar pasta para pagar los cafés. Abro la puerta, saco tres euros del cenicero y al girarme me encuentro a Laura, la camarera que viene a buscarnos pensando que nos marchábamos sin pagar. Han sido cinco líneas para explicar este pequeño suceso. Yo hubiera preferido decir algo así como: paramos a tomar café y casi nos marcamos un “simpa” involuntario, pero claro, si lo escribo así, la “negativa del prepost” no se entera y me monta el cisco, pero por otro lado, la crónica se hace más larga que la infancia de Heidi. La cosa es que entre kilómetro y kilometro, y bajo el helicóptero de tráfico, que algo andará buscando, Javier, en confianza, me dice que todas sus inmersiones las ha hecho en Nicaragua, por lo que he decidido llamarle “Sandino”. Uno menos.


Llegamos a Benicarló y empezamos a colocar equipos y estibar equipajes. Mientras van llegando el resto de devisnaútas. Mi María (la de las caderas indescriptibles) llega con Javi Moranchel. Luego aparecen Ricardo y el tercer Javier, que tiene la voz grave y potente, que igual vale para radiar el partido de la jornada, como para los anuncios de “Soberano” o como presentador culto de concurso de preguntas complicadas. Alfonso y Carmen llegan al mismo tiempo que Carolina, una francesa oriunda de Rio de Janeiro con un acento Gallego de tumbar de espaldas. Como hay tiempo para cenar empezamos a pedir viandas a una camarera que tiene la misma mirada de quien huele un pedo en un ascensor. A todo esto, sin previo aviso, se nos está poniendo el cielo más negro que el sobaco de un grillo y por el lado vizco del ojo vemos unos relámpagos poco tranquilizadores. Con todo listo, se ve la figura de Jorge aparecer, con gafas oscuras de las que imprimen carácter, camisa a cuadros y una de esas gorras con la visera del revés, que visto en conjunto, es clavadito a Puchi, el perro de los Simpsons, pero sin pelo.


Nada más dejar la marina de Benicarló, la tormentaza nos alcanza y el Devismar se mueve más que un rapero, pegando unos pantocazos que sonaban como las guantás de las películas de Bud Spencer. Esto, y empezar el tráfico de stugeron en lingotazos es todo uno. En mitad de la noche un golpe seco nos sobresalta. El oleaje es tan brusco que una de las botellas ha roto su sujeción y ha caído al mar. No hay nada que podamos hacer salvo asegurar las que quedan. La segunda guardia la hacemos en vela, escuchando los partes de la radio que ya avisan que a más de uno les ha pillado el temporal de sorpresa, comprobando que nos dirigimos derechitos a la luz del faro de Columbretes y con los ojos puestos en el botellero.


La campana nos llama a desayunar y proponemos dirigirnos a la Foradada. Nos equipamos con cierto grado de coordinación y nos lanzamos al agua. Pronto me doy cuenta que la corriente puede fastidiarnos un poquito. Pegados a la pared, apenas se nota y llegamos al Arco enseguida. Pero tras recorrer las grietas de la zona buscando abrirnos, la corriente nos pega de frente. Navegamos de lado, buscando refugiarnos en los grandes bloques de piedra llenos de corvinas hasta llegar al fondeo. Más de uno llega en tiempos “Beas” y ascienden, mientras que el resto, desafiamos de nuevo la fuerza del mar buscando la pradera de algas donde pillamos a una enorme pastinaca en funciones de desenterrado. Poco más se puede contar de una primera inmersión bastante complicada.


Con el obenque de la cangreja entre las piernas, a pecho turco y alcanzando la imprudente velocidad de dos nudos volvemos al abrigo del cráter de la Illa Grossa y fondeamos en la tres, a resguardo del viento (muy variable por cierto), del oleaje (revoltoso y juguetón) y arrullados por el rumor del compresor. Cuando por fin, volvemos a escuchar los gritos de los patos del mar, sabemos que es la hora de perpetrar la segunda inmersión de la mañana. Vamos a salir al exterior, por el canal, buscando los grandes meros y la vida que se acumula en esta inmersión.


Tras equiparnos y saltar al agua, descendemos a unos cuatro metros y cruzamos sobre las crestas, testigos mudos de un pasado volcánico hasta encontrar el canal. Una vez hemos comprobado que la corriente no nos perjudicará a la vuelta, recorremos este pasillo natural tapizado de algas que desemboca en un anfiteatro con un fondo de grandes bloques desprendidos que gana profundidad con rapidez. En el azul, centellean los lomos de los dent…inos, en patrulla de caza, provocando estampidas de bogas y de castañuelas. Por debajo, los meros no pierden detalle de la escena conocedores que tarde o temprano obtendrán beneficio. Rozando los treinta metros con la termoclina estrujándonos las gónadas, vemos un par de cabrachos de gran tamaño ocupando el sitio de las langostas que quizás tendríamos que buscar a más profundidad. De nuevo en la temperatura agradable, comprobando como vamos de consumo decidimos regresar, explorando la primera de las crestas, buscando las enormes cigarras de mar que se esconden en las numerosas grietas que hay en esta parte del recorrido. Por fin vemos el fondeo y toca repasar. Los del club 30 o menos, a superficie, el resto, a buscar los esquivos caballitos que esta vez cederán protagonismo a las anémonas y su corte de cangrejos y periclímenes.


La tarde sigue con la visita a la isla, la cena poniendo a “Ruperta” a prueba y una sucesión de momentos de esos que son inolvidables pero de los que no recuerdo, bien por mantener la decencia o bien porque alguno salió de la bañera igual que Massiel de la Fiesta de la Cerveza. Me duermo con los acordes de un caballero Escocés poniendo la banda sonora a mi cachito de cielo.


La campana nos llama a desayunar. Los productos del Hacendado nos proporcionarán la energía necesaria para afrontar las dos inmersiones del domingo. Decidimos regresar al Mascarat pero esta vez bien pegaditos a la pared y a un máximo de diez metros de profundidad para no malgastar aire. Aunque veo con claridad las corvinas y los meros, continúo pegado a las rocas, hasta que estas desaparecen y en su lugar encontramos una pared vertical que se diluye en el azul oscuro del fondo. Tras unos minutos, la pared gira a la derecha formando un estrecho pasillo que se hunde en la isla. Las rocas del fondo, blancas, carentes de cobertura vegetal parecen ser un indicio claro de una génesis reciente. Las paredes son completamente verticales, como talladas. En primavera estaban cubiertas de nudibránquios, ahora, sirven de refugio a una multitud de blenios que se asoman intrigados por ver a los osados que se aventuran en su reino. Más o menos a la mitad del cañón, sobre nuestras cabezas, una enorme piedra hace un improvisado puente. Llegamos al final del angosto pasillo y giramos. Es entonces cuando la vista sobrecoge. La grieta se vuelve azul eléctrico en un contraluz impresionante. Al salir, un cardumen de dent…inos pone a prueba la rapidez de las castañuelas. Un poco más lejos, dos reflejos plateados pertenecientes a dos atunes cruzan el azul siendo visibles tan sólo un par de segundos. Estos encuentros efímeros, que te dejan sin aliento, son los que te hacen amar esta puta mierda que es el buceo.


Tras disfrutar unos instantes de la elegancia mortal de los dent…inos, tomamos el camino de vuelta, separándonos de la pared, buscando encontrarnos con las corvinas suspendidas en el azul. Descendemos unos metros, por debajo de la termoclina hasta llegar a la arena. Veo antenas, pero pienso que para ver langostas y pasar frío lo mejor es una buena “tiritona”, de manera que, me conformo con un cabracho con el que se podría hacer un pastel para una boda y sigo ascendiendo buscando a nuestro mero favorito que como casi siempre, ha venido a nuestro encuentro. No podemos disfrutar mucho de su hospitalidad ya que los ochenta van sonando en algunos manómetros, lo que quiere decir que una vez pasemos el canal de vuelta, tendremos que tirar por la calle de en medio para llegar al fondeo. Los últimos minutos, como siempre, se dedican a la búsqueda de caballitos, de periclímenes o de cangrejos peludos. La parada, sobre la piedra, rodeados por julias y rapidísimos “fredis” y de nuevo al catamarán, a darle un poco de resuello a la red, arrullado por el suave rugido del compresor y terminando con los “colines” de Jorge.


Para hacer la cuarta, atravesamos el cráter y buscamos la pared del faro, saliendo desde la “ocho”. La primera parte de esta inmersión tiene menos encanto que un documental sobre hemorroides, pero una vez has dejado la parte de “jara y sedal” llegas a las crestas y tras de ellas, el arenal, donde reposa una enorme águila de mar. Seguimos su vuelo hasta que se confunde con el azul y ahora buscamos la punta y los roquedos que hay bajo el faro. Llegamos hasta las corvinas, que a veces pienso que se colocan justo donde tenemos que dar la vuelta. Por si sonara de nuevo la flauta y aparecieran las águilas, me separo un poco de la isla, entre dos aguas, y tomo el rumbo directo al barco. Esto, está a punto de terminar para los de la “Sandino” pero es muy posible que los de la “Mare Nostrum Dos” ya estén empezando a saborear salitre y barbacoa.


Hoy no me esfuerzo en hacer una buena siesta. No hay regreso. Me despido de los “Sandinos” tras la foto de grupo y tengo tiempo para una ducha, una conexión rápida a internet y llevar el coche para que sirva de refugio y alimento a la perrilla de nuestro capitán. Por fin puedo sentarme tranquilamente. El teléfono suena, los primeros ya están entrando. Toca comenzar una nueva aventura justo dónde dejamos la última, pero eso, será otra historia.

Otra Scubacrónica de José Luís González...

Un saludo
Raúl :D

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