COLUMBRETES: Expedición "Gunzavo".

Para contarles a los demás las experiencias en nuestras inmersiones o en nuestras reuniones en tierra.
Responder
Mensaje
Autor
Avatar de Usuario
Zona de inMersión
Advanced Weber Diver
Advanced Weber Diver
Mensajes: 308
Registrado: 23/Sep/2008, 11:20
Ubicación: Madrid
Contactar:

COLUMBRETES: Expedición "Gunzavo".

#1 Mensaje por Zona de inMersión »

COLUMBRETES: EXPEDICIÓN “GUNZAVO”

En Zona de Inmersión no salimos a bucear porque la palabra salir implica la probabilidad de fracasar. En Zona de Inmersión VAMOS a bucear

15/08/2014

Gustavo es un nombre originado en la antigua Suecia. Según parece su forma original es “Gustav”, aunque también se encuentra como Gustaf. Hay varios significados probables, esto supone que los que se dedican a esto, no tienen ni la más remota idea de lo que quiere decir. Lo que sí parece es que el origen es totalmente nórdico (como el Ikea) y que como es normal, según vas cambiando de lugar, puedes encontrarlo en su forma latina (Gustavus), en finés (Kustaa) o incluso Gösta. Los reyes de Suecia, por aquello de no complicarse mucho su –real- existencia han repetido mucho este nombre entre sus sucesores. Sirva este pequeño prólogo como homenaje al Gustavo de esta crónica, que vio como su nombre era relegado a Gonzalo o Antonio, por ejemplo, y eso que aún no se había presentado, pero no adelantemos acontecimientos…


- Vamos a ver, Sonia, repasemos otra vez: Uno viene desde Alcocer, tres desde Valencia, dos no van a volver a Madrid y los que quedan salen muy tarde ¿no?
- Sí, así es (que es la forma cariñosa que tiene Sonia de decirme que no me entero de nada).
- Es decir, que otra vez, me tengo que ir yo sólo.
- Sí así es (Que es la forma cariñosa que tiene Sonia de decirme que no insista, que se está rifando una hostia a mano aplauso).
- Bueno, pues nada, cierro el maletero y me voy.
- Sí así es (que es la forma cariñosa que tiene Sonia de decirme que me vaya de una puñetera vez).


De manera que con los arrumacos cariñosones de mi Nena aún resonando entre mis orejas (lo que vino a ser una colleja con veneno “amasao” bien arranchada) arranco el coche de Raúl (que sigue buscando los caballitos de la piedra en mitad del descampado) y esta vez sí, pongo un cedé de esos de los míos con mucho riff, acorde, punteo y gritos de yeayeah. Así, con la cabeza diciendo que sí a todo, abandono el antaño mitológico y estratégico enclave romano de “Miacum” (esto es para que veáis que Carabanchel tiene más historia, incluso que Madrid) y berreando los éxitos de Barricada vuelo por la R3 hasta enlazar con la A3 y llegar a tiempo para disfrutar de un suculento menú en el “Mo”, nuestra posada alternativa. Tras el merecido homenaje en forma de ilegal helado, sin nada merecedor de comentario, llego a Benicarló y tomo posesión del Devismar, que ya me está esperando en su muelle.


Las primeras en llegar son Carolina (que parece que se ha peinado con una batidora), Patricia y Diana. Tienen tiempo incluso para darse una vuelta, una vez hemos solucionado el tema de la distribución de los camarotes. Mientras cenamos, van llegando los demás: Marta, Raúl, Juan y Blanca. Gustavo, al que ya hemos cambiado por lo menos tres veces el nombre (y las que quedan) llegará el último, con el tiempo justo para aberroncharse una pizza y subir al barco. Dado que Carol ha decidido ocupar mi tambucho, a él le ha correspondido el dudoso honor de compartir camarote conmigo. Sin más dilación, una vez que Jorge ha comprobado partes meteorológicos (no sé para qué) y nos hemos despedido de Elvira, que cada vez tiene más curvada la línea de la maternidad, soltamos amarras con la luna como testigo y bajo el palio de la luz crepuscular, cuando el cielo va perdiendo su color, quedo a solas con las olas espumosas hasta que Jorge me hace el primer relevo.

La primera parte de la travesía ha ido bastante bien, pero a medida que nos acercamos a Columbretes la espuma de las olas ya saltan a la cubierta y el barco, otra vez, se mueve más que las caderas de Shakira, en especial, llegando a las islas, donde comprobamos que no estaremos cómodos dentro y que tocará pasar la noche, otra vez, por fuera. Una vez termino de asegurar los cabos, bajo al camarote y trato de dormir un poco.


El sábado ha llegado fresco, nublado y con el mar extraño. Bajo a uno de los servicios del Devismar y no puedo evitar fijarme que Carol, Patri y Diana andan al apretujón en una de las literas, al parecer no por darse un merecido ni bajarse a los columpios, sino porque, Carol, ha dejado mal cerrado la tapa del tambucho y le ha entrado agua como para hacer un anuncio de gel de baño, teniendo que solicitar hueco entre sus dos amigas. Poco a poco, al aroma del café de los muy cafeteros, la gente se va desperezando y los papeles de los productos del Hacendado empiezan a reciclarse en su contenedor correspondiente y clasificado según un código de colores: plásticos al azul, latas al azul, orgánicos al azul y luego, todo al morado que se guardará en el blanco hasta que lleguemos a puerto y lo depositemos todo en el verde.


Me encuentro con un grupo con gente muy joven que se ve que están educados a moflete cruzado porque escuchan los brífines con atención sin interrumpir ni decir “jobar” o “no me rayes”. Luego, parece que controlar, controlan, porque nadie hace la hormiga y la cosa parece que va avanzando rapidito, así que, una vez decidimos quedar fondeados frente al agujero de “la Foradada” saltamos al agua con celeridad y enseguida, comenzamos el descenso agrupándonos en la primera cresta.


La verdad, era el único sitio posible y el más resguardado, pero las previsiones están fallando más que Belén Esteban en el pasapalabra y decido, pese a ser la primera hora y no contar con la colaboración del cielo -lleno de nubes que tapan el sol y dejan el fondo más oscuro que la buhardilla de José Feliciano- tratar de llegar al arco. Nos separamos de la pared para evitar el movimiento y una vez llegamos hasta este paisaje tan espectacular, revisamos las grietas en busca de sus tesoros. Luego, a eso de la media botella, volvemos al fondeo tratando de buscar el punto donde termina el desplome de rocas y comienza la pradera de algas y tierra, disfrutando de la visión de las grandes nacras y de miríadas de bogas y castañuelas. Me hubiera entretenido un poco en las barras del Peña, cuyo prometedor inicio tuvimos a tiro, pero el consumo de aire, pese a ser muy bueno, nos sugiere ir pensando en hacer una diagonal sobre la piedra grande y terminar la inmersión viendo uno de los proyectiles que hay junto al fondeo.


Cuando subimos, las noticias, no siendo malas, tampoco son buenas, es decir, que si viviéramos en un mundo distinto, todo sería diferente, pero que cuando la naturaleza se pone terca, lo único que podemos hacer es aguantar. Aguantar, porque el viento –adivina- ha vuelto a cambiar y ahora, tenemos muchas más olas, pero mucho mejor resguardo. De modo que el intervalo en superficie se presenta tranquilo, disfrutando de la musicalidad del compresor y charlando a gritos con Jorge, (que si su cabeza fuera el mundo Willy Fog no hubiera ganado la apuesta) sobre temas de buceo y sus líderes espirituales. Precisamente estábamos llegando a la conclusión que los gurús en el buceo son como los turrones en navidad -que siempre sobran- cuando de nuevo, escuchamos los estridentes chillidos de los halcones de Eleonor y el romper de las olas sobre la roca. Eso quiere decir que el compresor ya ha burruñado todo el serial de bombonas y tenemos que preparar la segunda inmersión de la mañana.


Como por la cosa de lo revuelto del tiempo en el parque hay menos gente que en el cumpleaños de Hannibal Lecter, nos hemos quedado en la quince, por lo que, la segunda inmersión la haremos en las “Barras del peña”. Esta inmersión, poco conocida y frecuentada, recibe su nombre de un mítico personaje que solía bucear con sus pulmones henchidos por el ansimasá, pero que ahora anda más perdido que el Fary en un concierto de Metallica.


Pues bueno, de nuevo saltamos al agua, pero esta vez cruzamos las rocas con rumbo oeste hasta llegar a la pradera. Sobrevolando las algas, esperando encontrar alguna raya, llegaremos hasta la primera barra. Noto que la corriente nos frena, por lo que al volver será una ayuda. Eso significa que podremos apurar un poco más sobre la barra. La visibilidad, ha mejorado y a veces parece como si el sol se fuera imponiendo a las nubes. La sombra de la barra grande ya es visible y al llegar, buscamos en su grieta los nudibránquios, en especial, las apreciadas vaquitas suizas. Luego, vamos con la pared a nuestra izquierda, de nuevo con la vista puesta en el oeste, hasta la explanada que separa la primera de la segunda barra. Allí me freno, la figura que tengo justo delante me resulta muy familiar. Me apoyo en el suelo. El grupo, se abre y hace lo mismo. Con tranquilidad, voy avanzando poco a poco, muy lentamente. Estoy tan absorto mirando la gris figura que no me percato que apunto estamos de pisar a una raya. La pastinaca levanta el vuelo, pero el pez luna ni se inmuta. Sigue entregado a una minuciosa limpieza por parte de los lábridos. Cuando nos ve, reacciona mitad con sorpresa mitad con curiosidad, girando un poco, pero sin darnos la espalda, manteniendo la distancia. Sus grandes ojos reflejan los destellos del flash de la cámara de Gustavo y sigue así hasta que avanza, paralelo a la barra y se pierde en el horizonte.


Tratamos de seguirle, pero los treinta metros esconden una marcada termoclina y como sin duda sabréis, la primera ley de la termodinámica dice que todo cuerpo sumergido en un líquido experimenta una sensación de fresquito según haga más o menos calor. Por eso, damos la vuelta con un rumbo que corta la primera barra por la mitad, entre una nube de meros y abades que tratan de sacar partido del caos que están produciendo un cardumen de dent…inos en sus alocadas carreras. Caemos sobre el cerianto de un blanco impoluto y sobre los restos de algo que puede esconder caballitos. Es en este preciso momento, cuando las señales de mis compañeros (agitando los brazos como el chino de Karate Kid cuando caza moscas) me dejan muy claro que van justitos de aire y que vamos a tener que empezar a pensar en la cosa esa de volver. Para evitar lesiones musculares (algunos tienen una forma de gesticular más exagerada que una lipotimia de Raphael) opto por lo más sensato, que es hacerme un Nacho y seguir por arribita hasta ver el fondeo.

Negación de la Atención Calmando el Histerismo con un Ok

Acción de hacer el signo de Ok (todo va bien) de forma simultánea con el gesto de mostrar la palma de la mano mientras se agita con moderación (tranquilo) pero sin prestar atención a los intereses de su interlocutor, gruesito ya de los nervios y que ante la persistencia de la situación lo único que puede hacer es poner cara de estar aguantándose el pis y buscarse la vida por otro lado.

Las siglas N.A.C.H.O. “casualmente” y de pura “chiripa” coinciden con el nombre de NACHO, primer hombre Scubagueto en poner en práctica esta técnica de relajación subacuática.


Con una parte del grupo haciendo la parada de seguridad, me voy a buscar con los que quedan el pepinazo que hay bajo el agujero, a unos cuatro metros de profundidad y ver que ya va cogiendo colorcillo parduzco por las algas que tiene encima. Tendrá que venir Juan (el que se comió un cubo de Rubik y lo cagó resuelto) a darle un poco de lustre y esas cosas. Total, a lo que vamos que se nos va el vino en catas, que regresamos al barco y Jorge, que luce un look más hortera que ir al aeropuerto con chándal y tacón de aguja nos dice que la cosa está muy malita y que nos vamos a tener que quedar en este fondeo hasta la hora de la visita a la isla. De manera que, el resto de la tarde la dedicaremos al noble arte de la meditación sobre la red y otros debates. Eso sí, comprobamos que la fuerza del viento no es tanta como para evitar el funcionamiento de Ruperta, por lo tanto, la barbacoa de nuestro capitán va a tener más éxito que un pincho de estiércol en una convención de moscas.


A eso de las 18:00, soltamos amarras y damos una vueltita por la Grosa, por aquello de confirmar que en el cráter, no podremos estar, pero que el alguno de los fondeos de poniente estaremos más que tranquilos. Además, Lucia ya nos está esperando en la escalera del Rosí. Llevamos unas cervecitas (regalo de la casa) pero en lugar de darnos un homenaje, hacemos una visita tipo Luis Mo… más o menos así: buena más para rápida se cierra ojo Foradada, a fondo sasar, trata la nocturna, viento ¿Cómo?, mira curva, escalera ojo barca fin. Lo bueno de estos fondeos es que la puesta de sol es cojonudísima. Y tras la cena, con Carol haciendo Silvias a la menor oportunidad, llega la noche, ideal para ver el cielo y descansar.


El domingo, bueno, tal vez sí, pero es que no, aunque podría… vamos, que no hay demasiado cambio. Las previsiones siguen sin ser acertadas –ni de cerca- y el viento y el mar siguen cada uno a su bola, sin coordinarse ni nada, como si no tuvieran wasap ni twitter o estuvieran regañados como los Pimpinela.


De manera que, la primera inmersión, la de la madrugada, la haremos en el cañón del Cremaet, así de tranquis. Es una cosa sencilla, vamos, mira: Nos equipamos, saltamos al agua, y cuando todos estemos listos descendemos a cuatro metros y nos esperamos sobre la cresta. Instrucciones que, excepto para los ingenieros en telecomunicaciones, suelen ser de fácil compresión y sencillas de llevar a cabo. Yo, por aquello de dar ejemplo y ya si eso, inicio la inmersión el primero. Mientras espero al grupo, sigo con la mirada al mero pardo que se pasea por el fondo y que de vez en cuando se gira para observarnos desde una posición segura. Por suerte, la temperatura del agua es más que cálida, por desgracia, esa temperatura ha desplazado a las langostas a los cuarenta metros y los huecos poblados de antenas en abril ahora sólo cobijan gobios.


La primera parte, salvo los cangrejos de las anémonas, apenas tiene sustancia, hasta llegar al Mascarat, entonces los meros parecen crecerse, sobre todo en tamaño y la vida empieza a fluir. El consumo del grupo permite llegar con solvencia al cañón, que está espectacular con unas corvinas como premio a los que llegamos al final. Lo mejor, la salida al mar abierto, con su contraluz y ese color cobalto surcado por enormes dent…inos que compiten en velocidad con un par de albacoras. En la pared se refugia una enorme morena y al llegar de nuevo a la cala que forma la punta volcánica, nos sorprende – y mira que eso en Columbretes es difícil – la cantidad de meros y corvinas que se sujetan en el azul. Tenemos tiempo para recibir el saludo hospitalario de nuestro mero favorito antes de regresar al barco, llevando el ordenador hasta los ochenta y tres minutos por aquella obstinación en descubrir dónde coño se esconden los caballitos.


El cansancio, el sueño, el madrugón o la pateada de la primera inmersión, nos invita a currarnos un marrón sencillito para la segunda del día, cuarta del fin de semana. Una inmersión sencilla, relajada, dedicada a las pequeñas cosas –que haberlas, las hay- y que nos llevó hasta más allá de punta bonita, justo dónde está el cardumen de corvinas, competencia con las del Mascarat, pero que no contó con la presencia de los espet…inos.


Con tranquilidad regresamos al barco, recogemos equipos y ponemos de nuevo proa a Benicarló. Toca presiesta, la paella, siesta y post siesta, no sea que me pase lo del fin de semana pasado y cualquier incidente me deje tres horas tirado en una cuneta esperando a que despejen el camino. Eso sí, como las fechas son de cuidarse y la carretera va saturadita, un servidor va a explotar su VIAT y regresará a Madrid por la R4, mucho más barata que la A$4.


Atrás han quedado los Meros y las Barras que ya no volveremos a ver hasta septiembre. Por delante, mañana mismo, una extensión por la historia y un crucero que tiene que ser inolvidable, pero eso, será otra historia...

Otra Scubacrónica de José Luís González...

Un saludo
Raúl :D

Responder

Volver a “Crónicas de buceo o de quedadas”