MAR ROJO 2014: Así fue,así lo contamos. Primera parte

Para contarles a los demás las experiencias en nuestras inmersiones o en nuestras reuniones en tierra.
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Zona de inMersión
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MAR ROJO 2014: Así fue,así lo contamos. Primera parte

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MAR ROJO 2014. ASÍ FUE, ASÍ LO CONTAMOS. Primera parte

Crónica de la primera parte de la expedición MAR ROJO 2014. Concretamente la extensión que hicimos y que recomendamos que no te pierdas... el año que viene.
23/08/2014

MAR ROJO 2014. Del 18 al 31 de Agosto de 2014


Hoy es lunes. El calor ha vencido al cansancio y me despierto aún con el aroma de Columbretes pegado sobre mi piel… vamos, que, la cosa fue despacito, llegué a casa a las tantas y como no me duché, hoy he amanecido con más mierda que la bayeta de un Burger. Cuando estoy tan cansado, hasta Windows arranca antes que yo, que empiezo a ser persona solo tras ponerme bajo la ducha y abrir el grifo. Hay que afeitarse y vestirse con algo decente, no sea que en los controles de pasaportes del aeropuerto piensen que vengo de las Barranquillas más cargado que la mula de Juan Valdés y me pongan pegas. Finalmente, dejo todo en su sitio, y bajo a la tienda, donde Sonia ya tiene las maletas listas. Un último repaso a todo justo antes de la llegada de Miguel Ángel, que ha tenido la gentileza de pasarse por Zona por si necesitáramos algo. Un poco más tarde llega Vanesa, primera apuntada al Mar Rojo 2015 y que no podrá venir en esta ocasión por tres días de ataque de responsabilidad.


Con las maletas hechas, la documentación preparada y toda la mañana por delante, me enfrento al dilema de esperar en la tienda o dar rienda suelta a un par de pecados capitales en la sala VIP de la T1. Le pido a Miguel Ángel, que va de camino, que me lleve al Adolfo Suarez, no sin antes despedirme de Vanesa, una Scubagueto convencida, deseándola mucha suerte en su aventura Irlandesa. Como mi equipo de buceo irá repartido entra los bultos de los que lleguen el sábado, sólo llevo la maleta con la ropa y la mochila como equipaje de mano, de manera que, los trámites en el aeropuerto son rápidos. Eso me permite llegar a la T1, localizar la sala VIP (¿os he dicho ya que voy a la sala VIP?) sentarme en uno de los cómodos “sofases” de la sala VIP y entregarme al saqueo de todo lo que hay en los frigoríficos de la sala VIP, porque, ya que estoy en una sala VIP, habrá que hacer cosas de sala VIP. Y que conste que no pretendo burlarme de los que el próximo sábado tendrán que esperar fuera de la sala VIP, pero bueno, que a lo que vamos, que voy a la sala VIP y me tomo hasta el pulso.


Guillermo, mi compañero de viaje, llegará en unos minutos. Tiempo que aprovecho –entre zumo natural de sala VIP y zumo natural de sala VIP- para repasar la lista de los ausentes, gente que se ha dado de baja, algunos muy a última hora, y a los que vamos a echar mucho de menos. Esas ausencias han reducido de doce a dos el número de personas que haremos la extensión por Egipto. Una extensión que puede darse por comenzada cuando nos llaman para advertirnos que nuestro vuelo está a punto de salir. Será un vuelo tranquilo, escuchando música y viendo películas en inglés subtituladas por médicos Españoles que nos han colocado.


Llegamos al aeropuerto del Cairo, y buscamos la salida. Antes, tenemos que pasar por el control de pasaportes, donde, hay una cola tremenda, aunque, Guillermo, detecta un puesto con menos gente. Sin encomendarse a ningún profeta, me dice, “tú espera aquí que yo voy a ver” y se dirige a la chica con el mantel en la cabeza del mostrador y le pregunta algo. Con estupor, veo como le sellan su pasaporte y pasa al otro lado, mientras yo tengo que esperar a que un tipo tan feo que perderá la esperanza antes que la virginidad me mire con esa mirada de superioridad inquisidora que sólo pueden tener los elegidos para controlar el acceso a lo que sea y me ponga el sello. Cuando me reúno con Guillermo, me comenta que la chica del puesto le dijo que sólo atendería a uno más, y, lógicamente, era una oportunidad única, para él, claro. Tras la puñalada trapera al código de solidaridad del viajero, entramos en Egipto.


Total que, ya fuera, un señor con traje, corbata y zapatos, que destacaba entre una multitud vestida con sábanas, chanclas y toallas en la cabeza tenía un cartel (al que, con el cansancio del viaje, no caímos en hacer una foto) con nuestro nombre y que, por aquello de reproducir era algo como “Sr. Gose Gonsales”. Dedujimos con acierto que era nuestro guía, así que, nos presentamos, subimos a un coche, y comenzamos nuestra odisea por carretera, desde el aeropuerto hasta Giza, con taxistas a los que les han convalidado el carnet de conducir sólo por pasarse el GTA. Notamos que, en Egipto, hay tantos carriles como vehículos entren, independientemente de la dirección que lleven. Con el susto en el cuerpo, llegamos al hotel Mercure y hacemos el primer check-in. Decidimos buscar un lugar para cenar y lo encontramos de casualidad, ya que la zona estaba tan desierta que parecía un decorado de The Walking Dead. Tras una agradable cena, cansados, regresamos al hotel y tratamos de descansar, ya que, a primera hora, nos vendrían a recoger para hacer la visita a las pirámides.


Amanece, es de día. Abro las persianas de la habitación y ante mis ojos está la gran pirámide.

¡Joder!, ayer, no estaba…

por lo visto ya han dado con el tranquillo y la desmontan por la tarde y la vuelven a montar por la mañana. Bajamos a desayunar como si no hubiera un nuevo amanecer y nos encontramos en el vestíbulo con Tarek, nuestro guía. Pese a la cercanía de la meseta, vamos en coche y, pese al “hormigueo” de la mañana llegamos los primeros. Pasamos al recinto y ante las atentas explicaciones de Tarek no podemos sino sobrecogernos ante una de las maravillas de la humanidad. Cuando estás a los pies de las pirámides, el vocabulario se queda muy corto. Con los sentidos a flor de piel, y con el peso de la historia sobre nuestras cabezas mientras visitamos el interior de estas construcciones no podemos hacer más que callar y disfrutar de este prodigio.

La verdad, hacer esta extensión, ya ha merecido la pena.

La visita termina subiendo a la parte alta de la meseta de Giza, para tener una perspectiva de las tres pirámides y de todo lo que hay en las proximidades de sus bases. Luego, toca ir a visitar a la esfinge. Un escalofrío me sacude al aproximarme. No es una visita cualquiera, es un cúmulo de sensaciones. Es algo que, de nuevo, se tiene que vivir porque es muy complicado de contar.


Tan complicado de contar como la historia de Egipto, representada en el museo del Cairo, protegido por milenarias estatuas y modernas tanquetas, herederas de esos carros que ayudaron a los faraones a cimentar su enorme poder. Antes de llegar al piso superior, Tarek nos cuenta un poco la historia de Egipto que palabras más palabras menos, va de unos señores con la cabeza afeitada y que además se pintaban las cejas, que andaban liados continuamente a la carantoña entre ellos, es decir, los de arriba contra los de abajo, como en el anuncio de Fairy o en los barrios de gitanos, hasta que, a un tal Narmer, que era un faraón muy malote, le gruñó la neurona y tuvo una revelación de esas de que: "lo haré porque sí, porque puedo y porque me sale de los cojones" y se puso a repartir más hostias que en la comunión de Hulk Hogan hasta que unificó los dos imperios, el de arriba (llamado alto) y el de abajo (curiosamente llamado bajo) comenzando la primera dinastía.


A partir de aquí, ya unidas cobras, papiros, buitres y flores de loto, van subiendo al poder montones de faraones con nombres cortos, como de orden de ataque para perro pastor, así, a Narmer le sucede Aha (que luego, en los ochenta sacaría una canción cojonuda), y, entre otros, Den (primer faraón con el nombre de Horus), Djet, (como la Pepsi) hasta llegar a Qaa. Por ir haciendo un resumen rapidito, según van naciendo, creciendo, asumiendo el poder, reproduciéndose como conejos y diñándola, van formando dinastías, que se suceden una detrás de la otra de forma ordenada, hasta llegar a la 3ª, más o menos en el dos mil seiscientos antes de Cristo, en el que encontramos a Zoser, un Faraón que, contando con la ayuda de un tal Imhotep, a la sazón arquitecto, vieron demasiados capítulos de Bricomania y decidieron construir la primera pirámide en un secarral de sitio llamado Saqqara.


Como eran de naturaleza chapucera, la cosa no les fue bien de primeras, aunque, en las siguientes dinastías, trataron de pulir defectillos hasta que en la IV, dieron con la clave y construyeron en otro secarral (que fijación tenían, oyes) las de Keops, Kefren y Micerinos, que son las que están en la meseta de Giza y de las que he hablado antes. A partir de aquí, pasan siglos con Faraones que tenían nombres divertidos, como Jaba o Pepi, pero claro, lo de las pirámides lo llevaban bastante mal. Hubo Faraones con nombre de enfermedad (Thutmosis) o de medicamento (Akenaton) que cuando cascaban, para no pulirse el presupuesto municipal en pirámides (como haría Gallardón siglos más tarde), les enterraban en otros sitios (generalmente, otros secarrales, pero secretos) con todo el “colorao” además de unos bocatas y chucherías para el viaje eterno. Cuando publicaban en el facepapyrus que el estado del faraón era fiambre, doscientos mangantes y saqueadores de tumbas daban al me gusta y cuando localizaban el túmulo real lo dejaban que se llevaban hasta los regios empastes. Por lo visto, a algún polvorilla con mando, se le ocurrió que lo mejor era hacer un cementerio vip, pero a tomar por culo, en mitad del desierto, (que es otro secarral, pero a lo bestia) y sepultarlos a todos juntitos, como para dificultar un poco las cosas a la delincuencia. El sitio en concreto, para no dar pistas, se llamó “valle de los reyes” y será uno de nuestros destinos en el crucero que estamos a punto de empezar.


Para entonces, un francés (como no) se había pasado por la piedra a una tal Rossetta y descifró todos los dibujitos con los que escribían los egipcios, de manera que, eso de pato, sol, halcón, sol, buitre, papiro, palote, pene, chico de perfil, buitre, dejó de ser una incógnita y pudo traducirse a todos los idiomas, lo que ayudó a comprender y conocer mejor a esta cultura y enterarnos de los chismorreos y cataduras de esta gente, también, de saber quién era qué. Nacía la egiptología como ciencia y los del National Geographic pudieron pasar un poco de los ñus cruzando el rio para descubrir todo sobre esta cultura.


Sólo entonces a los italianos y a los alemanes, les dio por liarse la manta a la cabeza, y liarse a cavar agujeros en mitad del desierto (el secarral tocho) en lugar de venirse de vacaciones a Ibiza. Todos soñaban con encontrar una tumba con su faraón dentro, pero con menos acierto que un daltónico jugando al twisted.

Hasta que llegó un inglés con pasta y estudios (pero sobre todo con pasta) y dijo que para chulo, chulo, su pirulo y que encontró la tumba de Tutankhamon, un faraón de la XVIII dinastía con la coña de que la encontró intacta, con toda la morterada dentro. Eso precisamente es lo que se expone en la planta alta del museo del Cairo, todo el tesoro y la máscara que se ve mucho en los documentales de la dos.


Ahora, en serio, cuando ves todo aquello, empequeñeces.

Luego, el inglés y algunos de sus colegas la palmaron, no en plan heroico como los lores de las pelis, sino de forma de muy misteriosa, y le dio a Iker Jiménez como para dos temporadas de cuarto milenio. Y ya que estamos hablando de misterio, el cómo llegamos del museo al aeropuerto sin arañar la chapa del coche sí que es un misterio, o un milagro. Hay grabación.


Llegamos a tiempo y subimos al avión que nos llevará a la ciudad de Aswan. Durante el vuelo, leo con atención la explicación que dieron los egipcios de la creación del universo. Según la nuestra, hubo un Dios que empezó a darle vueltas al coco y empezó a crear que si las aves, que si los peces, que si los mamíferos (las sobras de todos las aprovechó para hacer el ornitorrinco), que si los ríos, que si al ser humano y luego se tomó un día de asuntos propios. El Dios de los Egipcios, empezó muy bien, con un tochaco de río de puta madre al que llamó Nilo y plantas de todos los tipos a los lados, pero después se cansó, y colocó un pedazo desierto (secarral tocho) hasta el mar Rojo por un lado y hasta Canarias por el otro. Para justificarse, se inventó una historia más enrevesada que el argumento de un culebrón venezolano, con líos de puteríos y mala baba entre diosecillos, que al parecer coló, despistando a los currelas, que empezaron a rezar a Dioses con cuerpo de hombre o de mujer con tetas y cabeza de bicho. Lo bueno, es que a los Horus, Anubis, Apis, Isis, Jonsu, Mut, Sobek y compañía les empezaron a construir templos a lo largo del Nilo que son los que podremos ver durante nuestro crucero. Pero antes, hay que aterrizar en Aswan y dejar que nos lleven al hotel Movenpick. Un pedazo de instalación, gentileza de los chicos de Hello Travel y de Dinamyc Tours (organizadores del viaje) que está en Alejandrina, una isla en medio del Rio.


Pasaremos la tarde Nilo arriba Nilo abajo en una faluca, que es una embarcación típica egipcia, con una vela más remendada que las bragas de las tías de supervivientes y patroneada (es un decir) por un padre y por un hijo más corruptos que Urdangarín jugando al monopoly. Tras la experiencia (el año que viene, la haremos con motor de los que suenan) decidimos relajarnos en la piscina y subir a la torre a cenar. Desde la torre, hay unas vistas increíbles de la ciudad, por un lado, del poblado nubio, por el otro, y por los otros dos el Nilo y algunas tumbas de nobles que hay en la orilla. La experiencia más escalofriante, sin duda, cuando se fue la luz y nos quedamos, Guillermo y yo, encerrados en mitad del piso 12º en una situación más violenta que un cumpleaños con piñata. Poco pudimos disfrutar de las magníficas instalaciones de un hotel con menos gente que en la despedida de solteros de Adán y Eva, porque, de madrugada, teníamos que despertarnos para hacer la visita de Abú Simbel.


Abú Simbel... veamos, un Faraón que tenía nombre de perro y número de romano, Ramses II, al parecer por una tontería de nada, se puso a malas con los vecinos y la cosa acabó a palos. La última bronca, se les fue de las manos, y montaron un cisco de tres pares. Tanta leña repartieron que aún hoy dudan quien fue el vencedor, pero el Farón, dijo aquello de “por mis cojones” y llegó a casa cantando oe, oe,oe, oeeeeeeeee (en plan fantasma) y para celebrar la victoria, en lugar de invitar a birras (que ya existían, por cierto), se curró un templaco espectacular en mitad de un descampado (sí, otro secarral) en su honor, porque, además de faraón, él, era adorado como Dios, igual que Justin Bieber. Merece la pena el madrugón, el viaje por una carreta llena de mierda, cajas y barriles, que aquello parecía el Mario kart, para sentir la inmensidad de esta construcción arrebatada a las aguas del lago Naser en una obra de ingeniería sin precedentes.


Tras la visita, vuelvo al coche convencido que Guillermo no sobreviviría a un holocausto zombi. Para evitar el acoso de los vendedores, nos sugieren que, si no tenemos pensado hacer ninguna compra, caminemos deprisa, no nos detengamos y, sobre todo, ni respondamos ni cojamos nada de lo que nos ofrezcan. Así, cuando empezamos la calle donde están los puestos, imito a la Pantoja saliendo del juzgado y con la misma decisión que se les nota a los monos cuando se comen los mocos, recorro la distancia que me separa del bar sin incidentes, no puedo decir lo mismo de mi compañero, que ha caído en combate entre el puesto de libros y el de piedras y que hasta se ha parado enfrente de la máquina de chicles.


La escena de correr para evitar el acoso de los vendedores en plan aterriza como puedas se repetirá en todas las visitas que hagamos. Aún sobrecogidos, por la belleza de este templo, disfrutamos de un viaje por el desierto, entre espejismos impresionantes y camiones que transportaban, entre otras cosas camellos. Lo que nos queda por hacer hoy es la vista a la presa de Aswan, el obelisco inacabado, que, ¡coño!, no hay que ser tan impaciente, podríamos haber esperado a que lo terminen y ahorrarnos la visita en las horas de solanera, que no nos dio una lipotimia de puñetero milagro.



Tras las visitas culturales, nos embarcamos en el (puta manía de poner a los barcos nombres de Drag Queen) Miss Esadora, la que será nuestra casa los próximos días. El barco, realmente es un hotel de cuatro estrellas que flota y que nos llevará por el Nilo, hasta Luxor. Un barco a prueba de “Antonios”, que se mueve menos que la ingle de una momia, con terraza, piscina, bar y una buena colección de esos pantalones cortos que han evolucionado en bragas vaqueras. Hasta el viernes, tendremos una sucesión de templos como el de Kom Ombo o el de Edfu, anticipo de las maravillas que aún nos quedan por ver.



Entre cenas y propinas (muchas propinas), nos quedaba tiempo para hacernos amiguetes de los camareros que nos llenaban los vasos con hielo y bañarnos en la piscina mientras Guillermo hacía alardes de sus manualidades y sus dotes de seductor, que, pudiendo, acabar en un dulce Francés a punto estuvieron de terminar en una parrilla Argentina de vaca vieja.


Los días son una sucesión de “me despierto pronto para acabar llegando tarde”, entretenido en ver como Guillermo hace la “hormiga” que nos es otra cosa que desplazarse de forma compulsiva y aleatoria por la habitación buscando siempre algo y yo rezando para que le diera un infarto, no por maldad, sino porque, quizás, si viera toda su vida pasar por delante de sus ojos, se acordaría de dónde había dejado las putas llaves del camarote.



Las excursiones estaban programadas y guiadas por Mohamed, nuestro “guía de precio fijo” (35€) y del que aprendimos un montón sobre lecturas de jeroglíficos, construcción, aromaterapia y alabastro. El jueves por la noche, tras pasar por las “compresas” de Esna, que cruzamos con cualquier exclusa, y tras la visita al templo de la ciudad, llegamos a Luxor. Allí, es dónde está todo el cotarro.


Tempranito, cruzamos el rio en barca y en unos minutos estamos en el templo de Hatshepsut, una Faraona que se buscó la vida para hacerse la jefa y conseguir parecer ser hija de los Dioses. Sin rasparse lo más mínimo las rodillas, nos dejó un templo casi igual al de la portada del disco de los Iron Maiden, con muchos dibujitos de peces, y que resulta espectacular. Luego, a visitar las tumbas en el valle de los reyes, dos, más la de Tutankamon. De nuevo, sobrecogedor. Por aquello de ver si la extensión es mejorable –que va a ser que sí- visitamos el templo de Jabo, otra maravilla poco frecuentada. Tras una parada para ver los colosos de Memnom, hacemos visitas de turismo económico (sin propina y sin compras… bueno, Guillermo sí) a una fábrica de alabastro, a una fábrica de papiros y a una fábrica de esencias que, como he comentado, despertaron el lado más consumista de mi compañero de viaje. Por influencias de Mohammed, nos dieron un masaje que me sirvió para comenzar los trámites de canonización de Mayte y de José Luis Dc. El templo de Luxor lo visitamos por la tarde, tras la siesta, por aquello de verlo de día y de noche, dejando Karnak para el sábado, con tiempo suficiente para ver sus obeliscos, sus capillas y sobre todo, su sala hipóstila, algo que de verdad, no se puede contar y, en serio, por mucho que podáis verlo en foto o en vídeo, hay que vivir.



Tras la mañana, toca meterse en un coche y llegar hasta Hurghada, donde nos espera el Al´-Farouk. El recibimiento de la tripulación me invita a pensar que lo que viene, será inolvidable, como lo han sido estos días. Por la noche, vamos al aeropuerto a recibir al resto del grupo, llevamos a cada mochuelo a su olivo y a dormir, que estamos a muy poco de una semana de buceo intenso, pero eso... será otra historia.

Otra Scubacrónica de Jose Luís González

Un saludo
Raúl :D

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