COLUMBRETES: Expedición "Suricato".

Para contarles a los demás las experiencias en nuestras inmersiones o en nuestras reuniones en tierra.
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Zona de inMersión
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COLUMBRETES: Expedición "Suricato".

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EXPEDICIÓN SURICATO. COLUMBRETES DEL 3 AL 5 DE OCTUBRE de 2014

Hay dos tipos de buceadores, los que disfrutan del fin de semana buceando y los que lo sufren en casa,
07/10/2014

Hay dos tipos de buceadores, los que disfrutan del fin de semana buceando y los que lo sufren en casa, pero, no adelantemos acontecimientos.


Es cierto que, la semana resultó un poco agónica. Los constantes cambios en las previsiones del tiempo nos hacían tener más indecisión que elegir al más feo de los Andy y Lucas, pero, a partir del martes, la cosa se fue aclarando y el permanente color blanco de la fuerza del viento en Columbretes nos hacían pensar en un fin de semana de esos inolvidables. La primera contrariedad fue que se nos dieron de baja algunas reservas y se nos quedaron unas cuantas plazas libres. En lugar de deprimirme como Isabel Pantoja cuando no superó el reto de Wilkinson, haciendo gala de ese optimismo que me permite presentarme a campeonatos de triatlón con bicicleta de ruedines y manguitos, comenzamos una serie de llamadas encaminadas a completar la plantilla.


Veamos, Agustín y Juan estaban confirmados, ya que, venían desde Valencia. Ismael y Eduardo supuraban ansiamasá desde hacía más de tres días, por lo que, su presencia estaba asegurada. Me quedaban cuatro plazas. Las dos primeras las completaron Nacho y Borja, tras una dura negociación. Bea, el ornitorrinco (para los de la ESO, una doctora especialista en nariz, garganta y oídos) no tardó en pedirse la penúltima, bebérsela y llamarnos para decirnos que vendría. Por lo tanto, sólo nos quedaba engañar a uno. Lo tratamos con uno que yo me sé y que sé que prefiere quedar en el anonimato, pero, hoy en día, escuchar a Manuel Peña hablar de buceo tiene la misma credibilidad que escuchar a Belén Esteban hablar de física cuántica. De manera que, no nos quedó más remedio que confabularnos para convencer a nuestro Antonio. Con los ocho confirmados, lo único que queda por hacer es fijar una hora para salir y planificar el viaje.


Y eso hicimos, de tal manera que, el viernes, Sonia me confirma que no podremos iniciar el viaje hasta las tres y pico, hora en la que llega Borja, quien tras obtener los permisos necesarios viene más sobrado que las niñas portuguesas cuando se creen adultas porque las ha crecido el bigote. Lo primero, es ir cubicando coches en el Scubagaraje. Lo segundo, cubicar bolsas en el maletero. Las horas acumuladas de Tetris van dando sus frutos y el maletero cierra sin problemas. Aunque Sonia no fuera capaz de renunciar a su desmesurada afición por la equitación de aves de corral, es decir, a montarme un pollo. Por fin, podemos ir en paz.


Ciertamente, todas las escapadas se inician de la misma forma, cogiendo sitio en la furgona, poniéndose el cinturón de seguridad y abandonando Carabanchel en dirección a la A4 para enlazar con la A3 y buscar el lugar elegido para hacer la primera parada. Hasta entonces, en la Scubamovil hay más ruido que en una estampida de Jumanji, pero cuando paramos, y los pasajeros se entregan a las delicias entrepaneadas de nuestros bares elegidos, la cosa cambia. Bueno, siendo sincero, en esta oportunidad, la hora de tardía no aconsejaba la parada ni en el Marino ni en el “Mo” y tuvimos que improvisar un parador nuevo en mitad de la nada Minglanillense. Además, tenía que llenar el depósito. El sitio resultó interesante, limpito, surtido y acogedor, para que luego digáis que mi sistema de elección “pito, pito, gorgorito” no funciona.


Tras comprobar que ya está aquí el otoño porque se hace de noche muy rápido, porque ya no os quejáis del calor que hace y porque empezáis a decir que hay que ponerse un abriguito, llegamos a Benicarló y empezamos a repartir camarotes, estibar los equipos, traficar con dosis de biodramina y pasarnos por el Alí Babá a cenar. Se nota que tanta escapada nos ha curtido cuando no cometemos el error de principiante de no pedir la primera cerveza aprovechando que la camarera te trae la carta, en especial Nacho, que si de cervezas hablamos, sólo conoce tres tipos: la primera, la siguiente y la penúltima. Eduardo cenará algo ligerito, un banana Split de primero y un Kebab para matar el hambre… Joder este tío siempre tiene hambre, seguro que si alguna vez le dan el comodín de la llamada marca el número de Telepizza.


Tras la charla técnica sobre el funcionamiento del barco, incluidos los inodoros psicotrópicos, esos que cuando meas a chorro tendido ves chiribitas en el agua, llega el momento de embarcarnos. Es el momento más temido por Antonio. Eso que gustándole tanto bucear las pase tan putas en los barcos me resulta tan paradójico como que a los gatos les encante el pescado pero odien el agua.


Por fin, el Devismar abandona su muelle y se dirige a la oscuridad, buscando su rumbo casi sur en un mar más tranquilo de lo esperado. La luna, creciente, brilla allá en lo alto, permitiéndonos comprobar que las olas, menguantes, no van a saltar a la cubierta. Podría ser por la ausencia de Silvia -¿casualidad? – pero no deja de ser inquietante. Con Jorge en el timón, me centro en comprobar las delicias de una red, embutido en mi traje de marinero compuesto por chubasquero de color chillón, pantalón de esos de peto, como de labriego, pero en impermeable y pienso que sólo me falta el tatuaje. Bueno, tatuaje, realmente tuve uno de pequeño y me lo hizo mi madre con una zapatilla, pero eso, ahora, no viene al caso.


La cosa es que, resumiendo, gente que se acuesta y gente, como Eduardo, que sigue untando los cruasanes con Nutela. Hay que ver, he visto drogas menos adictivas que los bollos del Hacendado. Por fin llegamos a Columbretes, surcando un mar tan calmado que se reflejan las estrellas, bajo un cielo despejado y con una temperatura más que agradable. Son las tres de la mañana y nos quedan al menos seis horas más antes de que nos despertemos. Bajo al camarote, que compartiré con Bea y pasó lo que tenía que pasar… seis horas.


Sí, seis horas que se recortaron porque Antonio, Ismael y Eduardo a eso de las siete comenzaron a patearse el catamarán buscando cosas para hacerse el puto café. Me desperté, no por el ruido, sino por la creciente sospecha que tenía de que Antonio, lejos de encontrar el agua embotellada, empleara para elaborar el desayuno el agua psicotrópica del váter. Joder, vaya tres, me dieron ganas de gritarles algo así como “¿no podéis ser más repulsivos?, pero no sabía si se lo tomarían como un insulto o un reto. Como los Scubaguetos más perspicaces podréis suponer, esa afrenta, tendría que ser vengada, pero, no adelantemos acontecimientos.


A primera hora el Devismar abandona su refugio de la Illa Grosa y navega por un mar aún en calma con la Foradada en su proa. Tras amarrar, terminamos el desayuno, en especial, bueno, sí, Eduardo, que piensa que los bollos del hacendado son como las fiestas, que si mojas, mucho mejor y está haciendo una masa muy compacta con el Nesquick, el cola cao, las magdalenas y la Nutella. Eso, me hace pensar, una reflexión de esas de las mías tan serías…


No hace falta comprobar el tiempo, preocuparte de horarios, planificar las inmersiones...
El éxito en estos cruceros se lo debo al Nesquick, a la Nutela y al Hacendado


Si, ya sé que Nacho es un tipo pragmático amante de la coordinación, pero, es que, si los Españoles supiéramos coordinarnos, hubiéramos estornudado todos hacia el oeste a la vez y hubiéramos echado a los Portugueses al atlántico. Vamos a ser sinceros, coordinación y eficacia en un grupo que se toma el comentario “he visto cosas peores” como un cumplido, es más desconcertante que un concurso de belleza en Mordor. Por cierto, que Antonio hubiera tenido posibilidades de gan…

Que, en fin, a lo que vamos, que teniendo un poco de paciencia (que es el tiempo que transcurre entre el inicio de algo hasta que empiezo a cagarme en todo lo que se menea) llega el momento de tener a todos en el agua. Un agua clara, sin corriente, con una temperatura más que agradable y que empieza a enseñarnos la cantidad de vida que cobija, esta vez, en formas azuladas y con dientes. Los dentones andan a la carantoña, no sé si en plan cazador o en plan cortejo. La pradera ya se ha librado de esas algas espumosas que tanto afean el verano y exhiben un verde con matices sólo detectables para la aguda vista de Antonio, que entre lo del coche y esto, está a dos colores de poder sincronizar su menstruación con viajes y eventos.


Tras un paseíto entre nacras, con ausencia de rayas, nos topamos con la primera de las barras del Peña. Aprendiendo de la cagada de la vez anterior, esta vez, me pongo la piedra a la derecha, sorprendiendo una gran pastinaca descansando en la cresta y bajando a ver al cerianto blanco. Aquí, la termoclina, se siente. Es ese hilito de agua fría que me recorre el cuerpo desde el cuello hasta el escroto es el que me recuerda que no llevo el Sharkskin. Precisamente, cuando noto que con los pezones podría exprimir naranjas, termino de grabar y continúo hasta la esquina. En una cornisa llamo la atención de Ismael sobre el montón de flavelinas que parecen mecerse sobre las algas pardas, y, justo en ese instante, la primera langosta de la mañana nos sorprende. Lejos de asustarse, utiliza las antenas como estudiándonos, antes de continuar su camino. Giramos buscando la segunda barra, cuya silueta ya es visible, cuando Agustín me hace la señal de ochenta bares. Hay que empezar a dar la vuelta antes que se agobie más que el que tiene que desactivar una bomba de las que tienen dos cables y hay que cortar uno.

Acortamos por encima de la cresta sorprendiendo a un par de abades y un mero grande, y volvemos junto a las piedras hasta llegar al fondeo. Aquí, hacemos un rápido recuento y, los que van justitos, ascienden mientras que el resto, damos otra vuelta de esas de por si los lunas. La parada de seguridad termina en el proyectil que hay a los pies de la Foradada, parando el ordenador en ochenta minutos. Para los que no os podáis imaginar lo que son ochenta minutos de inmersión, es más o menos lo que tarda un daltónico en resolver un cubo rubick.


La experiencia - se llama experiencia, porque llamarlo hacer lo correcto después de cagarla muchas veces sonaba mal – me dice que la segunda del día la tenemos que hacer en el arco, pero antes, hay que descansar, reponer fuerzas, evitar que Eduardo se autolesione (que a estas alturas ya ha recibido más golpes que las puertas de la casa del de hermano mayor) y ponernos a resguardo de la musicalidad del compresor.


Lo que es la vida, ahora que trabajo de instructor de buceo, (pero, en los intervalos de superficie soy un arquitecto de sonrisas), puedo hablar con chicas guapas. Hubo una época, en la que, las mujeres que me gustaban tenían novio, pasaban de mí o eran jevis de espaldas.


Pasado el momento reflexión, con los estómagos cumplidos, llega el momento de volver al agua. Eduardo, me inspira para el que será mi próximo artículo, que titularé "Qué cojones es esta mierda y para qué coño la usas" y que tratará de conceptos básicos a cerca de los excesivos accesorios que llevan algunos buceadores colgados del chaleco.


Con más luz, más vida, sobre todo los tordos que andan revolucionados y las julias que van con más nervios que el logopeda de Paquirrín. Rodeamos la pared sur buscando encontrarnos el arco a contraluz y disfrutar de este espectáculo natural. Eso, sin contar con las cuevas, y las paredes llenas de nudibránquios. Hay que empezar a pensar en la vuelta, por lo que, aviso que te crió, agrupación y aletazos suaves por estar impulsados por una leve corriente. De nuevo, llegamos al fondeo, y apuramos los últimos minutos de inmersión con la compañía de otra enorme langosta. Otra parada de seguridad acompañando a Nacho, que empiezo a sospechar que piensa que si está buceando menos de ochenta minutos Dios mata un gatito, porque otra cosa no me cuadra.


Con tranquilidad, recogemos equipos, porque, la verdad, el barco se ha quedado más desordenado que un Bershka en rebajas, y con el mar aún en calma para alivio de Antonio, nos vamos a la Illa Grosa, donde quedamos fondeados en la tres. Es entonces cuando Ruperta, cobra protagonismo. Mientras esperamos que se haga la carne a la brasa, sacamos la ensalada de pasta, y, a la hora de sugerir que salsa poner, empiezan a salir aspirantes a Mastercheff por doquier, con sugerencias que harían vomitar a Chicote. No obstante, es uno de los mejores momentos del día. Tras el postre, llega la sagrada tradición del reciclaje en los contenedores de colores y de una de esas siestas de las que te levantas con ganas de desayunar. Bajamos a tierra todos menos Nacho, Bea, y Borja, lo que significa que le fastidiaron a Jorge ese sagrado momento en el que nos vamos todos a la isla y le dejamos cagar a gusto. Lo que ocurre, es que, tanta mente depravada compartiendo tan poco espacio, suele desarrollar ideas perversas, en especial Nacho, que es más demoniaco que el que hizo los botes de Pringles más estrechos que la mano.


La visita resultó muy agradable, acompañados por Lucia, y, aparte de ampliar nuestros conocimientos sobre la forma correcta de evitar pisar escarabajos, sacamos la conclusión de que no volveremos a hacer chistes estereotipados sobre los usos y costumbres de los bebestibles Rusos, palabrita del niño Jesús. Tras la visita, regresamos al barco y a preparar (es un decir, la logística se la curra Jorge) la cena, que es una de las treinta y seis comidas más importantes del día, según Eduardo, que junto con Antonio, nos ilustraron con las cien frases más efectivas para que una chica te haga la cobra sin remordimientos, vamos que su vida amorosa va a ser más dura que la de un vietnamita alérgico al arroz.


Sin bioluminiscencia ni luz del faro de Ibiza que valgan, ante la inminencia del madrugón con que nos amenazó nuestro Capitán, llega la hora de irse preparando para dormir. Lo mejor, una sesión de red, entre charlas trascendentales como las películas de directores Mexicanos y que sirvió para constatar que sí, que la venganza es un plato que flota y que cuelga por estribor, y no diciendo más nada, lo dejo dicho todo.


Cuando abro los ojos, aún es de noche. Yo he dormido como un lirón, y que Bea tenga las legañas como picatostes me invita a pensar que ella también ha dormido bien. Es lo que pasa cuando se acuestan juntas dos personas que son tan buenas en la cama, que cada uno se queda en su lado, sin roncar, sin pegar patadas y sin quitarse el edredón. No pueden decir lo mismo los de más adelante, ya que, misteriosamente, la boya de fuera, golpeó el casco durante la noche impidiendo conciliar el sueño a esos que ahora, mendigan café y tratan de disimular el bostezo cerrando la boca y rezando para que apenas se note su cara deformada con los ojos llorosos.

Como todavía es de noche, la cosa de ponerse el equipo como que avanza como que despacito, un ejemplo claro de lo que viene a ser un madrugón de la ostia. Bien pensado, eso de "a quien madruga Dios le ayuda" en este momento, puede explicar el aumento en el número de ateos.


Pero poco a poco se hace la luz y saltamos al agua. Vamos a tratar de ir al Mascarat, por fuera, burlándonos de la corriente que nos saca en un suspiro y que nos va a costar un huevo y parte del otro remontar más tarde. No vamos a arriesgarnos a ir hasta el “Cremaet”, porque esto está más oscuro que el sobaco de un grillo y eso de ir para nada no nos pone. Sin embargo, nos quedamos despertando a las corvinas, alucinando con las lechas y con los atunes que cruzan a toda velocidad por el azul según yo, o por el azul clemátide con un ligero cosmos acobaltado y tonalidades metálicas según Antonio, eso sí, según todos muy oscuro.


La parte final de la inmersión la emplearemos en descubrir las esquivas periclímenes que hay en las algas, sin noticias del caballito y acojonaditos por lo que se empieza a mover la superficie. De momento, al subir, comprobamos que las luces que se veían por el horizonte no eran fuegos artificiales pasados de madre sino una tormentaza del carajo que nos mandó olas, vientecillo fresco y nos puso unas nubes gris plomizo que dejaron el día más feo que un camión por debajo. Aun así, hay que hacer la última y, según nuestro Capitán, el mejor sitio lo tendremos en la Foradada. Por el camino, más o menos, las olas se portan, pero cuando aparcamos el barco, se nos empiezan a colar por los lados, meneándonos más que una ninfómana perreando y causando la baja de Antoñito.


Mi vida es una sucesión de "al principio, pareció una buena idea". En esta ocasión pensé que la barra del Peña nos ofrecería refugio al mar de fondo, mejor visibilidad y entretenimiento, pero, lo que pasó fue que, al parecer, todas las corrientes de la isla quedaron allí para sus cosas de tal manera que, tomaras el rumbo que tomaras, siempre tenías una en contra. Pese a todo, Columbretes nunca defrauda, y, pese a todo, disfrutamos de una excelente inmersión porque, pese a todo, los ochenta minutos también los vimos. Me alegré por Eduardo, que, pese a todo, salió contento porque consiguió un aleteo coordinado, una posición hidrodinámica, una flotabilidad perfecta y una mirada radiante, tanto que, la verdad, cuando casi se estrangula con el hilo de la boya deco disipó un poco la magia.


Esto se termina. Toca recoger y preparase para la siesta. Por desgracia, mi puñetera fidelidad a esta tradición (la de la siesta) me distrajo de mis responsabilidades como compañero y no caí en que Bea, tenía que entrar a la habitación a cambiarse de ropa. El asunto se solucionó habilitando otro camarote, aunque, he de reconocer, que si se hubiera desnudado en el nuestro, con lo vergonzoso que yo soy, no hubiera podido mirarla a os ojos. Por fortuna, tuve la oportunidad de redimirme con el mayor gesto de Compañerismo supremo que hay en el mundo que, es ceder el último cucurucho en el Devismar.


Con la foto suricateada y las aportaciones cabronas al video doméstico de Nacho, vamos terminando una escapada que será de las últimas en columbretes. Queda… Lo de siempre, foto de grupo con Bea, a la que tratamos como una princesa –Pidió que la tratásemos como a una reina pero ni nos apetecía irnos a cazar elefantes ni teníamos pasta para lo otro- recoger, carretera y manta hasta el Marino, bocata, y llegada a Madrid más tarde de lo normal, pero con la ilusión intacta y con Carboneras en el punto de mira. Ahora, sólo queda pensar en escribir la crónica, ver si soy capaz de explicar porque la mascota de Eduardo será un toro bravo y aguantar las críticas de Sonia cuando me diga que mis comparaciones son absurdas y me sienta como una empanada en quimioterapia.


En menos de un mes, volveremos a esta Islas, una escapada que te recomendamos si te gustan los toros como animales de compañía o si las chicas te hacen la cobra con demasiada frecuencia.

Otra Scubacrónica de José Luís González.


Un saludo
Raúl :D

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