COLUMBRETES: Expedición "Socarrat".

Para contarles a los demás las experiencias en nuestras inmersiones o en nuestras reuniones en tierra.
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Zona de inMersión
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COLUMBRETES: Expedición "Socarrat".

#1 Mensaje por Zona de inMersión »

Aquí te dejo la última Scubacrónica del la última expedición a Columbretes.Con este han sido más de 14 viajes en el 2014 a este paraje incomparable y esperamos hacer los mismos o más durante este 2015.Ya tenemos las fechas reservadas, así que si quieres conocer el buceo en estas islas y ser protagonista de nuestras aventuras no dudes en ponerte en contacto con nosotros para que te informemos del calendario que tenemos preparado para tí.



EXPEDICIÓN SOCARRAT. COLUMBRETES del 31 de octubre al 2 de noviembre de 2014

si no puedes venir a la escapada, puedes leer la crónica, que es como escuchar a los vecinos tener sexo y poner en la tele el “pasapalabra” a todo volumen para demostrar que tú también te lo estás pasando bien.

03/11/2014

Es el último.



Hasta aquí, Catorce cruceros de fin de semana a Columbretes, con cuarenta y cinco horas a bordo del Devismar en cada uno de ellos, más o menos seiscientas treinta horas de navegación, aventura y buceo. Hicimos cincuenta y seis inmersiones, que, con lo que duran las nuestras, supondrían unos tres mil trescientos minutos de inmersión. Quinientos minutos los empleamos en visitar la Isla Grosa, reivindicando nuestro derecho histórico a una inmersión nocturna. De todo esto, dejamos constancia en nuestras crónicas, porque, si no puedes venir a la escapada, puedes leer la crónica, que es como escuchar a los vecinos tener sexo y poner en la tele el “pasapalabra” a todo volumen para demostrar que tú también te lo estás pasando bien. Han sido muchas vivencias, imágenes que quedarán grabadas eternamente en mi memoria como aquella noche en la que pasó eso que vimos y que ahora no me acuerdo. Pero, esta, concretamente esta, esta, pasará a la historia Scubagueto como la expedición del “por fin”, pero, no adelantemos acontecimientos.




Imagino que habrá quien a estas alturas ya estará un poco perdido, y eso, que estoy escribiendo esta crónica despacito por si hay alguna rubia natural leyéndola. De entrada, salimos un poco tarde, por los retrasados, pero no retrasados de pocas luces, no, sino de retraso de tarde, de no poder salir antes y eso. Poco a poco, van llegando a Zona de inmersión Enrique, Raúl, Jesús y Rafa, ese al que le tienen prohibida la entrada al media markt porque les jode el eslogan. Toñi y francisco ya están salidos, quiero decir, saliendo, y nos esperarán en Benicarló. Según van llegando, vamos cubicando coches en el Scubagaraje y maletas en la Scubamovil. Más o menos, todo encaja, incluso, el bulto que nos ha dejado Manolo, que viene en metro y al que recogeremos en la avenida de la peseta.




Con todos adormilados y distribuidos en los asientos, comenzamos nuestro viaje a Benicarló, saliendo de Madrid por la R3 mientras vamos contando anécdotas más o menos divertidas. Tratamos que Raúl, (que es un tío capaz de hacer aterrizar una sonda en mercurio pero que no puede meter un USB a la primera) nos explique los fundamentos astro físicos por los que es visible la luz del faro de Ibiza desde Columbretes cuando la noche es cerrada. Tal vez a Villa y a Fernando, entre otros, les interese saber que, por mucho que se empeñen, no puede ser lo mismo tener una inteligencia desbordante que un derrame cerebral. Paramos en Minglanilla para aliviar vejigas justo antes de ver caer una noche tan negra que hasta rapeaba. Es triste ver a tres tigres comer trigo en un trigal, pero es mucho más deprimente llegar a Benicarló conduciendo de noche. Primero, porque coincides con los chavales iniciando sus labores de chonis o poligoneros, que te cruzas con ellos en el peaje, se ponen a tu lado con el 206 tuneado por su primo con piezas robadas de un geteís, y salen como si se jugaran la posición en un fórmula uno. Segundo, porque no disfrutas igual la terraza del Alí Babá. Tercero, porque las tareas de cargar, estibar y repartir camarotes se hace ligerita y es posible que haya alguien que se olvide las aletas, pero, no adelantemos acontecimientos.




Nada más llegar, me solicitan que busque una farmacia de guardia para comprar algo de “micebrina” para el mareo. A ver, que uno ya está curado de espantos, que he compartido camarote con un ilustre Salmantino que se frota más que los muslos de un niño gordito con todo lo que se agacha, pero si veo a bordo un solo bote de Tauritón, me encerraré en mi tambucho y de ahí no me sacarán ni con agua caliente. Menos mal que, lo que buscan es biodramína. Con todo resuelto, barco, carga, estiba, camarotes y al Alí Babá, a dar fuelle al estómago. Entre cañas y birras, aparecen Francisco y Toñi que tratan de cargar el barco con un montón de maletas llenas de “por si acasos”. A nuestro alrededor se agolpan un montón de jóvenes canis que por momentos nos hacen creer que estamos en una villa olímpica con tanto chándal y oros como estamos viendo. Compruebo que muchos de ellos sueñan con la posibilidad de hacerse un IKEA, con la camarera buenorra, es decir, comprobar que la chica tiene novio, hacerse el sueco y montarla allí mismo. En mitad del momento cena llegan Jorge y Elvira preocupándose por la tardía hora de nuestra llegada. A ver, Capi, no es que lleguemos tarde, es que queremos comenzar el crucero creando expectativas.




Tras la cena, nos embarcamos. El Devismar vibra ligeramente mientras sus dos motores se revolucionan. Comprobamos que no nos dejamos a nadie en tierra y soltamos amarras. Pasamos junto a la gasolinera y ponemos proa a la bocana del puerto. Las palmeras en tierra no denotan movimiento de aire, El mar sigue tranquilo y tras fijar el rumbo el barco apenas se mueve. No hay olas. No hay pantocazos. La tranquilidad es total. La noche nos invade, nos acosa. Los que eligen a Morfeo van bajando a los camarotes. Los que somos más de Neptuno, nos quedamos en la red, con el traje de agua y el gorro, pendientes de esas luces que nos van a cruzar por proa. La luna, ayuda a ver mucho mejor la balsa de aceite por la que navegamos. Las únicas olas que hay son las que producen los cascos de nuestro barco. Con tanta claridad, muy pronto, en el horizonte, la luz del faro de Columbretes toma protagonismo y nos guía, como guía desde 1859 a todos los navegantes. Amparados por la luna, finalmente llegamos al cráter. El viaje me ha parecido corto. Entre el par de sueños furtivos que me he marcado, la impresión de ver la bio luminiscencia activada por el paso del barco y las conversaciones con Jorge, las cinco horas y pico de trayecto se han pasado muy rápido. Cuando aseguro la maniobra, se apagan los motores y todo queda en silencio. Como no hay olas y hay mucha luz no se escucha ni a las pardelas ni el crepitar de la espuma resultado del idilio violento entre el mar y la roca. Esta última frase me ha quedado de un poético de flipar, sobre todo, viniendo de alguien que piensa que un jardín zen no es más que un cagadero de gato sobrevalorado. Entro por el tambucho a mi madriguera que con todas las bolsas esparcidas parece un Bershka en rebajas y trato de echarme un poquito para descansar. Lo único que me diferencia ahora de una planta es que ella hace la fotosíntesis.




Hay dos tipos de buceadores, los que, si les dices de ir a Columbretes en octubre te preguntan por qué, y los que te preguntan si con un semiseco van bien




Me despierta la frenética actividad que hay en cubierta, cocina y bañera de popa. Saco la cabeza por el tambucho y huelo el viento de la venganza. Y, sinceramente, es el único viento que se puede oler, porque, del otro, nada de nada. Ni está ni se le espera. Mis ansias homicidas por el prematuro desvelo se atenúan cuando aspiro la fragancia del café recién hecho. Sentados en torno a la bandeja de productos del Hacendado me encuentro con Rafa y Enrique. El primero, es veterano ya de mil batallas. El segundo, es un fichaje amicebrinado oriundo de la serranía serrana de la sierra norte que ha encontrado hueco entre reformas para venir a bucear y animarse un poco, que parece más deprimido que Isabel Pantoja cuando no supero el reto de Wilkinson. A los fogones se encuentra Manolo, con la segunda tanda de un café que esperan Toñi (la cosa más ternasca del barco, a la que trataremos como una princesa) y Paco. Jesús anda de costado en costado con la cámara en la mano buscando la foto perfecta. Me siento a disfrutar del desayuno y sonrío al comprobar que, en efecto, sabes que el viaje ha sido tranquilo cuando puedes saborear el segundo nesquick.




La experiencia (se llama experiencia, porque llamarlo hacer lo correcto después de cagarla muchas veces sonaba mal) nos dice que lo mejor será asegurar la Foradada evitando imprevistos desde el principio. Con un calorcillo creciente, hacemos el briefing y nos preparamos para un día de Devismar básico, es decir bucear, comer, dormir, tener ansiamasá, tener hambre y tener sueño. Empezamos a montar equipos cada uno a su ritmo, hacemos las parejas, cada una a su ritmo y solucionamos los problemillas en forma de mínimas fugas del equipo de Raúl.



La primera de la mañana, la haremos en las barras del Peña. De manera que descendemos, cada uno a su ritmo, y con el grupo compacto atravesamos la zona de piedras y caemos en la pradera de algas. A estas alturas del año, la espuma blanca que cubría este herbazal ha desaparecido, eso, hace que las nacras aparezcan en todo su esplendor, luciendo su enorme tamaño. Si miras con atención, en su interior, siempre hay un camaroncillo transparente. Antes de llegar a la barrera, la sensación de frescor ha desaparecido y, pese a que la limitación de luz (por la mala combinación de madrugón y nubes) resalta la suspensión bañándolo todo de un color gris tétrico, la sensación es confortable. En la pared, un par de estrellas de mar y los primeros meros grandes. En las primeras grietas, las Anthias, en grupo, un poco medrosas, pero sin dejar de ser tan petulantes como para no presumir de aleta ventral. Su color grisáceo se torna en rosa en cuanto le da la luz del foco. Me parecen unos peces de los más bonitos que viven en nuestros mares. Empezamos el ascenso, encontrando esa pradera donde pastan las flavelinas y nos topamos con la primera de las grandes langostas del lugar. Esta, concretamente, muestra un abrigo verdoso sobre su coraza que evidencia su edad. No sólo no parece asustada sino que nos palpa con sus antenas, imagino, que tratando de adivinar qué carajo somos y que narices hacemos en su territorio.




Aprovechando la parada, Enrique empieza a mover los brazos y las manos de forma rítmica, eso, puede significar dos cosas, o que es espectador habitual del “mira quién baila” y se nos está viniendo arriba o que ya ha llegado a la media botella. Dado que la coreografía, como tal, es una puta mierda (que se note el tiempo aprovechado en ese curso de crítica constructiva) deduzco que lo que quiere es ir volviendo al barco. Es entonces cuando tomo la actitud de un buen guía: sonreír, asentir y luego hacer lo que te salga de los cojones. Acortamos entre las crestas pobladas por bogas y donde se reúnen los abades pasando en el justo momento en el que tres atunes surcan el azul como los cometas rompen la noche. Pese a que el mero que hay debajo es grande, mantenemos profundidad y tiramos rumbo recto al fondeo. Pasamos junto a las corvinas y nos entretenemos con la gran morena que se esconde entre las rocas tapizadas por algas pardas. Alcanzamos la gran piedra que sujeta nuestro barco y en cumpliendo con el bíblico mandato, los justos (de aire) serán los primeros en subir. El resto, nos damos un par de vueltas hasta superar los sesenta minutos de inmersión no sea que los Dioses se enfaden y castiguen a un corderito a ser utilizado como papel higiénico de King Kong por nuestra culpa.




Cuando subimos al barco, Jorge nos tiene preparadas unas bandejitas de embutidos del Hacendado. Hay que reponer fuerzas y calorías porque la temperatura del agua aún no invita a seco aunque ya está entrando en modo “hostia puta”. El truco para mantenerte bien alimentado en estas escapadas está en desayunar como un rey, comer como un príncipe, cenar como un mendigo y cada vez que pases, saquear la bandeja de los bollos del hacendado como si fueras un diputado. Luego, lo del descanso se lleva en la red, un accesorio del barco tan bueno como esos sujetadores “push up” que convierten tetas en papadas. No falta el paparazzi que obtenga panorámica de la escena, por lo que, lo que tú piensas que hoy es un merecido descanso, mañana será instructorroncando.avi




Por cierto, a medida que avanza el día, las nubes, por una vez, pierden la batalla con el sol y el mar se está quedando cada vez más plano. Es hora de plantearnos el inicio de la segunda inmersión de la mañana que será en el arco. Mientras la gente va poniéndose esas prendas térmicas menos estéticas que las hemorroides de un mandril, comento con Jorge leyendas milenarias de los tiempos en los que el arco era inexistente, encontrarlo era más complicado que ver a una colombiana con los pantalones de su talla y la vida de mi hermano era más dura que la de un chino alérgico al arroz. Tras solucionar unos problemillas con los equipos, que crees que algo es tan estúpido que nadie lo haría en la puta vida y siempre hay alguien que lo hará tres veces seguidas, saltamos al agua y buscamos la pared. En las piedras revestidas por algas rojas reinan los tordos, los gobios y pastan las salpas cuyos cuerpos centellean bajo la luz del sol. En la esquina, donde antes batían las olas y el mar de fondo se hacía de notar, ahora se mantiene la calma. Pasamos sobrecogidos bajo el arco de piedra y exploramos su base por el lado de la izquierda. En la cueva del bogavante encontramos una nota “estoy fuera, volveré para la tiritona 2015”. Rodeamos las piedras centrales refugio habitual de crátenas y nos entretenemos con otra gran langosta justo a la entrada de la primera cueva. En esta, sorprendemos a dos grandes meros. En la otra, al fondo, se mueven inquietas unas gambitas. A media botella regresamos buscando los grupos de corvinas y la transición entre roca y arena donde suelen encontrarse las langostas. La inmersión se prolongará hasta los setenta y seis minutos, prueba de las excelentes condiciones de tiempo que encontramos.




De nuevo, en el barco, Jorge nos ha preparado unos “snacks” del Hacendado que, además de aportarnos nutrientes, con el aire que hay en bolsa de patatas tendríamos más o menos para bucear durante quince minutos. El mar está precioso, la Foradada está preciosa, hasta Jorge que tan feo que la primera prenda que le hicieron a ganchillo fue un pasamontañas está precioso, pero si buscas la cosa más bonita del mundo en estos momentos probablemente la encuentres en la nevera, en pack de seis. Las dos inmersiones han dejado en números rojos las baterías de cámaras, móviles, linternas y demás electrónica. Quizás sea el momento más delicado en cuanto a convivencia ya que, como todo el mundo sabe del amor al odio solo hay un "te desenchufo un momento el cargador de tu cámara para poner el mío".



Nos quedamos en la tranquilidad de este islote mientras preparamos la barbacoa de pollo y la ensalada de pasta. La sobremesa siempre es grata y los temas de conversación son variados: buceo, mujeres, mujeres buceando, buceadoras desnudas o incluso de sexo, algo que es físico para los chicos, emocional para las chicas y ficticio para los matrimonios. Tras el cucurucho de chocolate y vainilla del Hacendado -el día que cambien las cosas de sitio en el Mercadona a Jorge le va a dar un ictus- me tumbo en la red a echar una pequeña siesta, luchando así por mis sueños. Una delicada patadita en el tobillo me saca de mi letargo. Es el capitán, que dice que hay que moverse, que nos espera Lucía para la visita. Desato la maroma del hierraco y el Devismar queda libre. Como tenemos tiempo y, viendo la tranquilo que está el mar, Jorge pone rumbo a la reserva integral. Por primera vez en tantos años pasamos bajo el Carallot, rodeándolo y buscando en el horizonte que animal será el que produce ese movimiento del agua. Una tortuga respirando en superficie nos centra nuestra atención hasta que el reptil desaparece bajo la calmada superficie. Una navegación tranquila que termina en el cráter de la isla Grosa, fondeando frente al Mascarat.



Antes de subirnos al auxiliar que nos llevará a Puerto Tofiño, comprobamos la claridad de las aguas. Sencillamente impresionante. Desembarcamos en la empinada escalera y esperamos a nuestra guía. Llega ese glorioso momento del día, tan esperado por Jorge, en el que todos nos vamos a visitar la isla y él puede hacer de tripas un marrón. Aprovechamos la visita a la isla para divisar a placer el grupo de delfines que vimos antes desde el mar y liberar a los dos petirrojos que se habían colado en el faro. Imagino lo que tiene que ser estar aislados en ese entorno tan hostil, alejados de familia y amigos y añorando a una novia que te devuelva los besos y no se desinfle. Se hace de noche cuando volvemos a nuestro barco. Hay tiempo por delante hasta que Jorge ponga a funcionar a la Ruperta, tiempo que empleamos entregándonos al pequeño comercio y al gran bebercio. Ya sabéis, Da a un Scubagueto una birra y beberá un día. Dale un pack de veinticuatro y beberá un día, también.



La discusión estrella de la noche trata sobre la tesis fraternal “que ostias es esa mierda clarita que no sabe a nada” que diserta sobre la idoneidad de considerar si la nocilla blanca puede ser homóloga a la nocilla marrón. Naturalmente, enfatizamos nuestros argumentos a base cruasanes y pan de molde del Hacendado. Muy temprano, Ruperta termina su trabajo y ante nosotros se extiende una mesa adornada por una ensalada, las sobras del almuerzo (aquí no tiramos nada) que pronto se completarán con las chuletas, las salchichas y los pimientos que mejoraremos, si cabe, con esas mezclas de mahonesa, kétchup y mostaza tan socorridas en estos cruceros. Luego, más tarde, conversamos sobre la situación actual. Que la cosa no está bien. Se nota, y lo peor, es que Macaco Y Chambao se están hartando de componer canciones sobre la crisis. Sé que son temas serios, de esos en los que yo soy como un Gremlim (que no me mojo) pero cada vez que Jesús, dice “explícame mejor eso” y te mira fijamente, no puedes evitar pensar que eso mismo fue lo que hizo Darth vader justo antes de empezar a construir la estrella de la muerte. Cuando los bostezos son tan intensos que acabas perdiendo la audición sabes que tu cuerpo te está pidiendo clemencia. Te retiras con dignidad al catre y te duermes mecido por un apacible mar.


La fe mueve montañas…


Si eso fuera cierto no tendría que salir por la noche del tambucho del Devismar para hacer pis, con el fresquito del relente que sumado a lo de anoche, hoy me he despertado con la voz de Constantino Romero. Manolo, que es un sol (hace daño a la vista) se ha esforzado en convertir el contenido del paquete de café del Hacendado en un suculento desayuno. Yo, prefiero el Nesquick, no sea que luego me desvele y no consiga conciliar el sueño. A estas alturas del crucero, cuando somos conscientes que la dignidad se nos ha escapado en el mismo momento en el que nos pusimos un mono de Shark Skin con la cremallera por delante, poco importa ya que te vean esforzándote por colocarte el traje. Y, ahora que lo pienso, veo que el mío tiene más cicatrices que Silvia cuando intenta bañar al gato. Sinceramente, me da pena cambiar mi traje, pero lo que para vosotros es desgaste, para mí es el paso de muchas historias. La campana suena y el briefing del Mascarat es sencillo, de primero de “pacología”, se trata de ir pallá para volver pacá.




Saltamos al agua y cruzamos las crestas que no son más que el legado del vómito de lava de estos volcanes y, sin prisa pero sin pausa, cruzamos un canal lleno de sargos enormes buscando las piedras del exterior. Continuamos por la pared hasta que alguien hace la señal de media botella. Esta inmersión para algunos va a durar menos que un negro gracioso en una película de miedo. En el azul, patrullan los dentones, sí, dentones, puedes hacer la rima que quieras, no me importa porque en unos días estaré buceando en Maldivas. También los atunes pasan fugazmente por delante de nosotros. Llegamos a la zona de las Corvinas, que parecen flotar –tal es la transparencia del agua- en una formación casi perfecta, en tríos. Nuestro mero, falta a la cita, el muy cabrón no ha venido a despedirse. La pared del interior hoy no tiene sorpresa y la nota de color la pone el rojo de los salmonetes reales en su cueva. La inmersión termina rodeando la piedra del “trencatimons”, entre gobios dorados, los coloridos alevines de castañuela, tordos picudos, serranos, doncellas, julias y dragoncillos sobre los que danzan incansablemente las bogas.




Pretendíamos cambiarnos de fondeo, pero los del barco no responden. Parece ser los que vienen sobre unas tablas, de pie y remando. Les pedimos amablemente que cambien la boya con nosotros y tras una corta espera nos amarramos frente a la cueva del tabaco. Paradójico nombre para una grieta que no es cueva en un paraje donde no está permitido fumar. De nuevo, saltamos y pasamos por la parte de jara y sedal de esta inmersión buscando cangrejos y gambas en las aiptasias y en las viridis. Luego, llegamos a las crestas de fuera y salimos en busca de las águilas de mar, que no nos han dicho que estuvieran, pero lo mismo están, aunque se hayan ido. Luego, regresamos pegaditos a una pared, hasta que los manómetros hacen que la gente vaya saliendo, eso sí, superando los setenta y tres minutos de inmersión.




Aprovechamos la calma y tranquilidad para recoger equipos, antes de poner el barco en marcha. He vivido situaciones en las que, la mala mar, ha conseguido que las puertas de los baños del Devismar reciban más cabezazos que las de las casas del hermano Mayor, pero hoy, puedo dormir sin necesidad del pijama de velkro. Mientras la gente charla y hace fotos a polizones con alas y plumas me echo una siesta de esas en las que te despiertas y la almohada se parece a la sábana santa de Turín. Llego a tiempo para la ensalada. En el lateral, Jesús entretiene a Jorge con argumentos como el de “¡no me jodas que el abuelito de Heidi no se llamaba Dimetú!”. El plan maestro funciona, funciona, funciona, funcionaba hasta que Manolo hace un comentario del tipo “Jorge, esto huele un poco a quemado”. El capitán salta a la bañera, entra en la cocina y apaga quita la paellera del fuego. Pone la tapa, sirve la ensalada y…


Por fin, por fin, tras catorce cruceros con sus cuarenta y cinco horas a bordo cada uno, tras más o menos seiscientas treinta horas de navegación, aventura y buceo, tras cincuenta y seis inmersiones, tras tres mil trescientos minutos de inmersión, tras quinientos minutos de reivindicación del histórico derecho a la nocturna, la paella de Jorge salió SO-CA-RRA-DA. Socarrat, efecto de agarre en la paella, puntito de quemazón del arroz del fondo, SO-CA-RRAT.




Sólo nos quedan los recuerdos de los momentos vividos, las ilusiones de los que están por vivir y 496 kilómetros por delante, con Raúl como copiloto, charlando incansablemente sobre lunas, satélites y Maldivas. Paramos en el Marino, quien sabe si por última vez este año y llegamos a Madrid. Despedimos a los últimos de Columbretes y, cuando cierro la puerta del garaje, pienso en el último fin de semana de buceo del año que será en Carboneras, pero eso, será otra historia.

Otra Scubacrónica de José Luís González.

Un saludo
Raúl :D

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