CRÓNICAS DESDE BONAIRE

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aquacore
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CRÓNICAS DESDE BONAIRE

#1 Mensaje por aquacore »

La pequeña avioneta de “Divi Air” que me trae desde Curaçao está a punto de aterrizar en el aeropuerto “Flamingo” de Bonaire. Desde el aire ya se ve que esta pequeña isla en forma de boomerang, destaca por su belleza natural del resto de las islas ABC (Aruba-Bonaire-Curaçao). Venimos desde el Noroeste y desde ahí tenemos una panorámica formidable del Parque Nacional de Slagbaai, refugio y santuario de flamencos celosamente protegidos por el gobierno de Bonaire. Los picos de 300m se combinan con lagunas naturales e islas donde los flamencos se refugian y alimentan, es un espectáculo color de rosa y si fuera poco, la deshabitada isla de Klein en la costa oeste a 800m de Bonaire, bañada por aguas cristalinas de color turquesa, se difuminan en un azul oscuro que delata lo coralino que es el fondo alrededor de la isla, convirtiéndola en paraíso para el snorkel.
Girando en el radiofaro 180º, aterrizamos desde el suroeste en la pista de este pequeño, pero Internacional aeropuerto, desde donde salen vuelos diarios a Ámsterdam. Bonaire está en el caribe antillano pero al ser territorio de los países bajos, transpira el “dutch flair” por cada rincón. La población de la isla es escasa y la naturaleza abunda. Las islas ABC son secas y abunda la vegetación adaptada a este medio como los cactus, y los famosos árboles, “Fofoti” y “Div Divi”, únicos en el mundo, pues solo crecen en estas tres islas. Sin embargo, Bonaire es más verde, con varias lagunas interiores saladas y con colinas altas en el norte que le dan una singularidad única. En el sur existe una salina enorme donde se acumulan montañas de sal, siendo esta, junto con el turismo y el buceo, una de las principales actividades económicas de la isla.
El 25 de Marzo de 2021 (Fecha que quedará para la ignominia en mi vida) el buceo guiado alquiler de botellas estaba restringido debido al estado de alerta 6 por la pandemia. ¡Otra vez será!
Pregunté a mi anfitriona holandesa donde podía alquilar una scooter para recorrer la isla y ella, muy diligentemente, me la trajo al día siguiente por la mañana, junto con un casco nuevo que había acabado de llegar en el contenedor desde China depositado en la calle al lado del alojamiento(nunca había visto eso). El único inconveniente era que solo tendría el casco cuando los agentes de aduanas, que allí estaban al lado mío en la calle, abrieran el contenedor porque se habían olvidado la cizalla y un compañero había ido a buscarla. Aquí desapareció la rigidez neerlandesa y dio paso al verdadero caribe, donde las cosas ocurren cuando ocurren. Como los antillanos suelen decir en papiamento: “Dushi” (¡suave!)
Subsanado el “hándicap” pagué los 25 USD de la moto y 1,80USD para llenar el tanque al acabar mi recorrido de unas 7 horas alrededor de la isla, que hice en dos días. Salí de la capital Kralendijk, hacia el suroeste. Al salir de la ciudad hacia esa ruta, el tráfico es prácticamente inexistente y la larga carretera en línea recta que conduce al sur, discurre entre el azul turquesa de un mar completamente plano y sin ni un alma, a nuestra derecha y la espectacular salina con sus montañas de sal y flamencos, a nuestra derecha. Un cielo azul con un sol brillante, invita a vivir más intensamente. Hay mucha belleza para ver y es difícil centrarse en la carretera, así que opto por conducir despacio.
En esta zona está el famoso pecio “Hilma Hooker”, un carguero procedente de Colombia con 11.000kg de Marihuana que fue apresado al azar por la guardia costera de Bonaire. Fue decomisado y hundido artificialmente. Siguiendo hacia el sur llegamos a las “slave huts”, que eran las pequeñas casas donde los esclavos procedentes de la vecina Curaçao trabajaban en las salinas y se hacinaban en ellas para dormir durante semanas.
Ya en la costa sudeste, como o en todas las islas ABC, el viento aquí es mucho más fuerte y la costa mucho más abrupta, haciendo el buceo desde costa impracticable en este lado de la isla.
Mi última parada es en la playa de Sorobon, una laguna natural azotada por el fuerte viento del este, donde las escuelas de Kitesurf y Windsurf abundan, junto con los bares, convirtiendo esta zona en las delicias de los jóvenes holandeses buscando aventura.
Al día siguiente subo por la carreta del noroeste, esta vez con el mar turquesa a mi izquierda y la vegetación a la derecha. La carretera está pero es muy estrecha y conducir por aquí es una gozada, no hay prácticamente tránsito y está plagado de puntos de buceo con sus respectivas piedras amarillas señalizando el nombre, entrada y salida en cada uno. Las señales de tránsito indicando el paso de buceadores cruzando, llama la atención. A cada 30m hay unos pequeños arcenes para aparcar. Todo está pensado para el buceador en esta isla.
Llegando al borde del parque Slagbaai y girando hacia el interior en dirección al pueblo de Rincón, paro en un mirador para contemplar la espectacularidad del Lago salobre Goto. Hay cerca de 20.000 flamencos en estado natural, en este santuario protegido. Recorrer la estrecha carretera que rodea el lago abarrotado de flamencos es de una belleza indescriptible.
Mi última parada es en el pueblito de Rincón para repostar. Pregunto por la gasolinera y dos chavales locales de unos 10 años en bicicleta, se ofrecen para ayudarme. Me preguntan en Papiamento que busco, les contesto en Ingles, se ríen y me guían en sus bicis hasta la gasolinera. Se despiden de mí con una sonrisa, alegría y sencillez, que hace mucho que no veo en un niño Europeo. Algo estaremos haciendo mal, pensé.
De vuelta a Kralendijk, tengo el tiempo justo para comer y salir al aeropuerto, solo está a 30 minutos a pie, pero decido probar algo muy antiguo: El autostop. Escribo la palabra “Aeropuerto” en una hoja A4 y en una calle principal, extiendo la hoja, en ese mismo momento para una camioneta con tres trabajadores de alguna construcción. Uno de ellos se baja, se despide del resto y el conductor se ofrece a llevarme. En 5 minutos estoy en el Aeropuerto, agradecido me despido, pero antes, uno de ellos me llama y entonces en un segundo, la desconfianza generada en el primer mundo me alerta, me van a pedir una propina, pero mi sorpresa es mayúscula cuando me ofrecen una mascarilla diciéndome que en el aeropuerto no puedo entrar sin ella porque estamos en un nivel alto de alerta. Conmocionado, le muestro la mía y le agradezco su preocupación, sin decir nada se dan la vuelta y se van. Bonaire, volveré…

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