Altea: Expedición "Tupper".

Para contarles a los demás las experiencias en nuestras inmersiones o en nuestras reuniones en tierra.
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Zona de inMersión
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Altea: Expedición "Tupper".

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Altea 15/04/2016

Pensar que alguno de esos que está siempre cuando las escapadas se complican puede ser un gafe…
Ya os lo había dicho. Altea acogió mis primeras inmersiones con titulación recreativa y la formación de mis primeros cursos. Por eso siempre he sentido un cariño muy especial por estas aguas, por estas inmersiones y por eso era muy especial para mí volver.
La proximidad del puente de Mayo y la temperatura del agua, aún un poco hostil para empezar con los cursos de OWD nos ha rebajado un poco las expectativas, además, un error garrafal por nuestra parte en el pedido de un traje seco nos ha privado de la presencia de Villa. En definitiva, que cuando miro la lista que me ha pasado Sonia me doy cuenta que vamos a estar “en familia”.
Por cosas de trabajo no vamos a poder salir antes de las cinco de la tarde. Eso me permite comer sano, dormir bien, hidratarme y tomarme uno de esos cafés elucubrados con Manuel (Peña), compañero, amigo y seguramente el mejor cuidador de “ficus” que te puedes echar a la cara. Un buen comienzo, un buen presagio, pero sobre todo, el deseo de volver a escuchar en directo como “las gaviotas les pican los cataplines a los que hacen un boyazo” lo antes posible.

Cuando regresamos a Zona, Sonia, ya tiene cargados todos los bultos. Espera, no, lo único que ha cargado ha sido el “baúl” de Rafa. Sí, ya sé que no era cosa de bajar la Scuba para tres ocupantes y que, lo lógico, era tirar de coche de Raúl. Reconozco que cuando me preguntaron si tendría hueco para un baúl, dije que sí… y para dos, y para tres. Pero es que lo de este tío no es un baúl, es un arcón enorme. ¡¡¡Joder!!! Que ha pasado Indiana Jones y ha llamado al National Geographic para decirles que ha vuelto a encontrar el Arca Perdida. Para meter eso en el maletero del Passat han tenido que contratar porteadores…

En fin, que hay que tirar de experiencia en cubiqueitors (si es que no me libro de uno…) y encontrar hueco para el resto de equipajes. Finalmente, dejamos Carabanchel con un cielo tan negro que hasta rapeaba y nos encaminamos por la R4 (mucho más barata que la A$4) para enlazar con la AP36 y de “tranquis” hasta los “Chopos”, donde sustituiré el bocadillo de panceta a la brasa con queso manchego de la mancha por una placentera tisana de frutos del bosque. Y ya está, ni un solo comentario al respecto… NI UNO.
Tras el festín de tanta tisana aromática, volvemos a la carretera. Me ha dado tiempo para comprobar cómo va la “familia”. Veamos, Elvira y Javi salieron pronto. Ángel y Silvia saldrían un poco más tarde que nosotros, es decir, que si conduce ella, estarán llegando. Nacho y Bea dijeron de salir de la zona noble de Madrid a eso de las siete y media… ¿Qué hora es?… ¿las siete y cuarto?… pues ya estarán allí. ¡Ale! Al coche que aún nos queda unas horitas de carretera.

Con Rafa y Santi en el coche, y el dichoso reproductor MP4 fallando más que Arbeloa desde los once metros, optamos por resolver la situación socio-política del país mediante brillantes conversaciones sobre temas importantes de esos que no se pueden dejar para luego. La conclusión a la que llegamos es que si de verdad Hacienda estuviera combatiendo el fraude ya habría prohibido los sujetadores con relleno. Y así, entre sostenes, llegamos a la población de Altea. Lo primero aparcar, sin problema, luego del tirón pasamos al restaurante, a cenar…

Nos sentamos para compartir mesa y mantel una caterva de desnortados subacuáticos que presentaré a continuación: A mi lado Rafa, que no digo que sea feo, pero cuando se encontró a sí mismo hizo como si no se hubiera visto. Frente a él Santi que, seguramente, cansado por el viaje parece estar menos concentrado que un daltónico jugando al parchís. Frente a mí, Murillo, un tipo muy futbolero al que echaron de la iglesia por cantar el himno de la Champions cuando el cura levantaba la copa. Ha venido con Elvira, nueva en esta plaza, pero que promete intenciones de quedarse. Justo al lado contrario están Bea y Nacho. Ella soñaba con tener un hombre asquerosamente rico pero sólo se quedó a la mitad. Ángel, que es más feo que una nevera por detrás, se ha sentado junto a Silvia, una chiquina de mirada torva y con un corazón tan grande como el finiquito de Jordi Hurtado. Eso sí, de simpatía selectiva. Mañana se nos unirá Chari. Pero eso, será otra historia.

De momento, hay que darle fuelle al estómago no sea que luego vengan las úlceras. Nos ponen una ensalada, que, Ángel, se empeña en aliñar. El salero es uno de esos nuevos, con sistema “abre fácil”, aunque a nuestro compañero le hubiera costado menos abrir la Cámara de los Secretos. Tuvo que intervenir Elvira para demostrar que no es necesario la firmeza y la agitación brusca, sino la habilidad y el juego de manos para conseguir que se abra. Y para destapar el salero lo mismo. Evidentemente, esto supone una nominación para el “Borraja de Oro”, claro está.
Tras cenar, tenemos un dilema, el de irnos a la cama a descansar o el de irnos a tomar algo.
No os lo vais a creer…

Ángel ya tiene el pijama y las pantuflas preparadas. Rafa y Santi andan con dudas. Javi y Elvira ya andaban diciendo no sé qué de segundos y de cuartos, que lo mismo andaban comentando lo de las campanadas de fin de año… Pero Nacho, nuestro Nacho, el hombre de negro, el tipo demoniaco que hizo el bote de Pringles más estrecho que la mano, renunció a la copa (sí, sí, así, como suena) y se subió a la camita, a reposar, posar, acomodarse, sosegarse, recostarse, acostarse… Una conducta que daría al Iker Jiménez para hacer dos temporadas de cuarto milenio.
En fin, que ascendemos en comitiva por la escalera, a ritmo de “Santa Compaña” y nos entregamos al cálido abrazo de Morfeo.

El hostal al lado de la carretera, justo al lado de un polígono repleto de esos bares llenos de señoritas de las que cobran los besos, a medio camino de la zona de discotecas de Benidorm. Eso supone tráfico. Algo que puede parecer insustancial hasta que te acuestas, apagas la luz y de repente empiezas a escuchar un ruido más fuerte que una estampida de Jumamji. Con tanto tráfico rodado hay que recurrir al viejo truco de ponerse los auriculares y poner música metalera hasta que te venza el sueño.
Amanece. El despertador suena. Paso al baño y me afeito un poco. Luego, me paso a limpio en una ducha “de contacto” en la que es imposible maniobrar sin tocar la pared con el codo, la mampara con la rodilla o el grifo con el culo. Dicen que si eres capaz de enjabonarte sin rozar con nada te convalidan tercero de contorsionismo.

Terminadas mis abluciones y mis gárgaras, preparo la cámara y bajo a desayunar. Rafa y Santi ya están en “modo verano” con pantalones cortos y sandalias. Nacho está en la terraza, fumándose sus verduras y Bea aún está seleccionando los bizcochos que acompañarán su descafeinado con sacarina. Mientras me preparo mi sublime infusión aromática de té rojo (que al parecer desengrasando es más eficaz que el Fairy) veo como Ángel anda preparando doble ración de desayuno, lo que parece ser un desayuno “Angelical”.
No es que sea gumías, es que Silvia aún se está arreglando.

De todas maneras resulta paradójico que un tipo que lo más romántico que he hecho hasta ahora bajo la lluvia ha sido quitar la ropa del tendedero se convierta en lo más ternasco del lugar, y aguante firme la llegada de su pareja, en especial cuando lo que entra por la puerta sin haber tomado aún su café es como un Leviatán con ansias de rebanar gobanillas y golletes. Las apuestas se nos van al garete cuando la doctora agradece la preparación con una sonrisa Profident y una carantoña amistosa. Eso, Scubaguetos, es lo que hemos perdido desde el momento en que Bea le hizo la “borderoctomia”.

Tenemos que repartirnos en los coches, ya que el de Javi al parecer no ha pasado la EGB y anda carraspeando y desganado. Sin problemas, puntuales llegamos al centro. Celacanto ha cambiado mucho desde la última vez que estuve. Las duchas, la zona de endulce, el mostrador… Lo que sigue inalterable es el buen hacer de Rebeca (que es la que manda porque dice mucho que no con la cabeza) y de Paco. Y eso que me faltan Alfredo y Curro para completar el cartel. Un cartel con mucha experiencia, conocimientos y valores suficientes para hacer que nos sintamos como en casa.

Montamos los equipos y los subimos al carro. En teoría, llegar al puerto es tarea fácil siempre y cuando recuperemos el control sobre Ángel, que a la que ha visto un minino se ha excitado más que Alf en los Aristogatos y anda con ganas de rascarle la tripa a alguno de estos.

Sin más problemas llegamos al muelle y descargamos todo. Colocamos los equipos en el botellero y navegamos hasta la Isla Mitjana (Mediana). Fondeamos en la cara norte, resguardados del leve oleaje, y con celeridad nos preparamos. Bueno, para ser más exacto, el de la celeridad fue Rafa, que en menos de lo que canta un gallo se tiró al agua y se quedó más solo que la neurona de un poligonero, allí flotando, que parecía un garbanzo en remojo, sintiendo como aumentaban los instintos homicidas al ver que la cosa avanzaba a poquitos.

Finalmente, todos nos metimos en un mar, que, lo mejor que podemos decir es que se mantenía en fase líquida. Habría que ir pensando en instaurar el “me cago en la hostia” como unidad de medida de la temperatura del agua.
Descendemos entre una nube de castañuelas. Nos dirigimos a la punta, rumbo este, oeste, no me acuerdo. Cuando doblamos la esquina, optamos por mantener profundidad. Aquí termina el desplome de rocas que oculta algún congrio terciadito. Avanzamos un poco. Hasta los quince metros todo es “primaveral”, pero cuando bajas un poco, el fondo se queda como cuando se va la luz en Pachá, que no ves un pijo. La pared, que siempre ha sido una delicia, ha mejorado y aparte de los nudibránquios y los astroides, ahora encontramos gorgonias bastante grandes. La fauna anda revolucionada, las julias se mueven de un lado a otro que parecen más nerviosas que Marco en el Sorpresa Sorpresa. Quizás sea por ese par de dentones que se nos ha cruzado a gran velocidad.

Una dorada pasa frente a la grieta que cobija una morena. La pared vuelve a girar, esta vez al norte. Es la zona más profunda. Aquí, encontramos un gran fisura ocupada por otro ejemplar de congrio y más adelante una langosta que se niega a posar con Nacho. La corriente nos empuja a la tercera esquina, un terreno dominado por grandes bloques repletos de planarias moradas. Antes de completar la vuelta a la isla nos sorprende un cardumen de medregales. Una inmersión algo más que completa.

Regresamos a puerto comentando con Chari aspectos felinos de la moda más “choni”. Una vez amarramos, las chicas buscarán el baño mientras nosotros retiramos las botellas vacías y montamos las llenas. Javi causa baja por una rotura de manguito. Se quedará con Elvira en la playa. Silvia, con ayuda, se quita el traje seco. Se le ha quedado el pelo que parece la raíz de una cebolleta. Hay quien afirma que si tienes pelo y te quitas el traje seco sin despeinarte te convalidan el segundo dan de Tai Chi. Nacho, que hoy se ha presentado con un peinado a lo Concha Velasco, ha fracasado notoriamente en su intento y ahora tiene un aspecto menos estético que las hemorroides de un mandril. El calorcito de levante colabora en la tarea de recuperar un poco de calor corporal y cuando todos estamos listos decidimos regresar al mar. Como no hemos sido precisamente un prodigio de vivacidad, la precisión horaria se ha ido a tomar por culo y ya andamos con más prisas que el apuntador de Speedy González.

Por aquello de ser cumplidores con los bautizos vamos a optar por fondear en la Pileta. De nuevo, nos vestimos con presteza. Tanta, que Rafa ha dicho que se va a meter otra vez primero Rita la Cantaora. Ángel y Silvia deciden echar un polvo (de talco) que al parecer no ha dejado muy satisfecha a la galena de chonitales, según deducimos por el comentario: “Da gracias que no eche los polvos en la bolsa”. Que de cumplir tal amenaza mucho aficionado al índice Dow Jones estará dando alabanzas al cielo.
Pues bueno, entre unas cosas y otras, estamos “casi” listos para comenzar con el descenso. Y digo casi, porque la falta de nitidez del agua puede ser por la turbidez propia del mar de fondo de componente sur o del olvido de máscara en el barco. Para colmo de males como a Nacho se le ha jodido otro manguito se ha quedado en el barco, lo que supone un bochorno inicial y posterior mofa y escarnio hasta que el karma me dé una oportunidad de revancha.

Con la venganza entre ceja y ceja descendemos y buscamos la grieta que comunica la pileta con la pared del elefante. Una imagen bastante bonita, además con un agua extrañamente limpia. Preparo la cámara y… ¡oh! sorpresa, no hay batería. Otra inmersión con lastre caro acordándome de la madre que parió a Murphy.

En especial cuando nada más iniciar la inmersión nos aparece un pez luna esponsorizado por “supermercados MasyMas” que no solo me confundió a mí, también a Bea, que anda haciendo gestos como los que aparcan los aviones, pero en histérico. Seguimos roqueando, descubriendo una buena cantidad de nudibránquios, algún cangrejo, doradas y pequeños pulpos hasta encontrar la entrada a la Cueva del Elefante. Como la cosa va de fresquitos decido seguir por una pared preciosa en un ambiente más verde que una sopa de tortuga ninja. Cuando llegamos a la Cueva del “Enanito”, solo quedamos Ángel, Silvia y yo, y, al parecer ya estamos sin aire y vencidos por el frío y la soledad, por lo que, es el momento de ascender.

Regresamos al puerto, descargamos y nos preparamos para regresar al hotel con intenciones de comer algo. Antes del postre decidimos el plan de acción para la tarde. Lo primero siesta, luego ducha, después pueblo. Con todo decidido nos replegamos a nuestros aposentos con más o menos sensación de letargo, en especial, uno que yo me sé, que lleva los “arrumacos” entre sus objetivos del día. Tenemos tiempo de sobra para dormir una de esas siestas de las que te levantas con ganas de desayunar. Yo, por mi parte, dedicaré la tarde a rescatar fotos y a dilucidar los motivos del fallo de la Xacty. Luego, eso sí, la higiene ante todo, otra ducha y al aparcamiento a reunirme con la gente.

A la hora señalada todos estamos tomando algo en el bar menos una que yo me sé, que tiene los despertares retozones. Ahora repartimos gente en los dos coches disponibles: El “chonicar” y el “narcocar”. Que sí, que todos son muy valientes hasta que la gallina dice que aquí la de los huevos es ella y que por lo tanto, conduce. Entonces todo sucede a ritmo de “hardmetal”: Nacho arranca y se incorpora a la carretera, entonces, ante la inminente llegada de otro vehículo, Silvia sale del aparcamiento como si se jugara la posición en un F1 dejándome las letras “GT” del reposacabezas del coche marcadas en la nuca. El único que se atreve a emitir un tan velado como constructivo comentario es Ángel, imagino porque el resto aún tenemos presión testicular en el gaznate. Entonces, nuestro súcubo rubio hace una pregunta…

No nos engañemos. Cuando Silvia pregunta ya sabe la respuesta. Solo le queda definir cómo será la venganza, y si es cierto que se sirve fría (la venganza), Ángel meará cubitos de hielo. Como guía Nacho, damos más vueltas que una choni en un puesto de bragas, hasta llegar al aparcamiento. Como el “ex” hombre de negro derrocha optimismo (es de los que siempre ve los vasos medio llenos, excepto si son de cerveza, que lo ve medio vacíos) decide intentar aparcar en el mismo centro, misión “casi” imposible para todos excepto para los Scubaguetos que no dudan en usurpar huecos a costa de emplear una expresión agresiva ante las chicas que pretendían aparcar en el mismo sitio. ¡Joder! Que cuando creo que tengo día duro, imagino que Ángel tiene que ver la cara de Silvia recién levantada y sin tomar café y se me pasa.

Caminamos hasta la plaza donde elegimos un lugar especializado en “combinados”. Es un lugar tranquilo, ideal para sacar a relucir personalidades y sentimientos. Elvira, por ejemplo, duda de esas chicas a las que les gustan los romances como los de Romeo y Julieta porque no saben que solo duró tres días y murieron seis personas. Luego nos pedimos unos copazos. La verdad, la última vez que me pedí uno hasta que no echaron la ginebra no supe si me preparaban un gin tonic o una vichyssoise. Por eso, ante la mirada desolada de la concurrencia opto por la vida sana y la infusión edulcorada con aspartamo. La explicación de la vuelta a los hábitos saludables es que me encontraba a dos bollicaos de que Greenpeace me protegiera.

¿Os acordáis de lo de mi “mirada vidriosa”?. Pues bien, Ángel, que es tan aficionado a los ordenadores que su estado civil es “online”, ante una pregunta inocente respondió con un “si quieres te hago una descarga”, destapando la caja de las esencias.

En presencia de mujeres con tanta personalidad, no es cuestión de tirar de apoliniedad, esculturalidad o atigramientos corporales, porque estas, a la que huelen la sangre en el agua son peores que los escualos. Por eso, cuando la cosa se centró en las escaleras del apartamento de Murillo (que si al primero llega bien, pero al segundo ni de coña) o sobre la equiparación de los hombres al ADSL (que rápido te llaman “Premium” porque dicen que eres de descarga rápida), se impuso un rápido cambio de tema ante la posibilidad de no tener carretillas suficientes para llevar toda la leña que nos estaban dando. De modo que, nos pusimos a debatir sobre la configuración ideal de los manguitos en un traje seco, que si cuellos de neopreno o manguitos de latex, que si sistemas “Antares”… hasta que Nacho pensó que sus palabras serían más hermosas que sus silencios y soltó un “a mí hace cinco años que no me peta ninguno”. Venga ahí lo dejo. ¿Empatados?.

Bueno, nos vemos obligados a dejar un bar tan innovador que preparan los gin tonics con tónica, haciendo caso a Santi en lo de no hacer un “simpa”, sobre todo porque cuesta arriba, con el suelo mojado, el terreno irregular y las muletas tenía todos los boletos para pasar la noche en un calabozo. Concluimos la tarde paseando entre tiendas de chucherías donde exhiben bolsos de “cebra de alcantarilla” o similares. Bea picó.

Regresamos a cenar.

Una cena con una compañía insuperable, divertida, recordando gente, anécdotas, sinceramente muy agradable. Por la noche cumplo con ese dicho masculino de camiseta vieja, pijama nuevo y me duermo pensando en la pena que me da Satán, que vendrá por el alma de Nacho y se irá de vacío. No sé si “persiana del vecino” estará entre las melodías de mi móvil, pero es lo que me ha despertado. Está claro que a una noche loca, la sigue una mañana en la que te despiertas con la voz de Constantino Romero. Me ducho. En la jabonera hay un par de esos sobres tan parecidos que cuando te duchas puedes confundir el champú con el gel, pero al final siempre terminas aclarándote (Chiste Premium).

Hoy el desayuno, en principio es igual que ayer. Rafa y Santi ya están en “modo verano” con pantalones cortos y sandalias. Nacho ya está en la terraza fumándose sus verduras y Bea aún está seleccionando los bizcochos que acompañarán su descafeinado con sacarina. Mientras me preparo mi sublime infusión aromática de té rojo (que al parecer desengrasando es más eficaz que el Fairy) veo como Ángel anda preparando doble ración de desayuno, lo que parece ser un desayuno “Angelical”. Pero…

Veamos, cuando tienes una novia que devuelve los besos y no se desinfla, tienes que estar más atento a los detalles, a lo sutil, a los gestos delicados y a las insinuaciones tenues. En especial, cuando te las han marcado en una pizarra. Que si tienes sueño pero aparece la textil vaporosidad del secreto de Victoria por entre las sábanas, te tomas éxtasis si hace falta, pero no bajas a desayunar hasta que le fundas el queso. En caso contrario, amigos, aprenderéis por las malas que la velocidad con la que una mujer responde “nada” cuando la preguntas “¿qué te pasa?”, es directamente proporcional a la mierda que te va a caer encima.

Como finalmente el coche de Murillo no ha pasado de la ESO (yo de mecánica no entiendo) decide regresar a primera hora. Nos deja intranquilos, pero bueno, seguro que no pasa nada. Bajamos al puerto, nos equipamos y nos ofrecen dos alternativas. Una, ir al Morro de Toix, pero Paco, que como me cae bien, diremos que es razonablemente asimétrico, dice que con los aportes de agua dulce eso va a estar más turbio que un batido de garbanzos. La otra es ir a la Llosa. La elección está clara. Una navegación muy agradable termina con la barca fondeada en la boya “del medio”. Esta vez sí que nos vestimos con cierta solvencia. Tanta, que Rafa dice que va a saltar al agua tu p…

En cuestión de buceo, hay una ley inexorable que dice que todo cuerpo sumergido en un líquido, experimenta una sensación de fresquito según haga más o menos calor, y hoy estamos por el menos. Descendemos a lo bestia, sin cabo y sin referencias por la pared de la Llosa. A medio camino una convergencia de buceadores se cruza en nuestro camino. El grupo, confluye con la “mainstream” (corriente principal) y se larga dejándome en el fondo más solo que el policía de The Walking Dead entrando en Atlanta. Soy el “hípster” del buceo. Cuando llego a la Cueva de la Virgen, empiezo a ver una colección de nudibránquios increíble, incluidos dos enormes ejemplares de vaquita suiza. En estos momentos en los que añoro la visión de 360º de Sonia, que, aún así siempre será ligeramente inferior a la de mi suegra.
Morenas, meros, grandes dent…inos, espet…inos y el cardumen catervario que me encuentro más o menos terminando la inmersión. Cada cual siente el frío como anda vestido, y Chari no es que tenga el más apropiado. Ha pasado más frío que un oso polar depilado. Por eso decide ascender mientras el resto alucinamos con las carreras de un descomunal cardumen de medregales. Al llegar a la hora de buceo ascendemos. Ahora hay que cambiar botellas y proceder a la comunión de convertir la cerveza en pis. Para ello hay que poner a los elementos masculinos mirando para Pamplona, mientras las chicas intentan hacer MAGIA (Mear Agachadas Guardando Intimidades tras Aperos).

Ahora vienen las dudas. El pelo de Bea después de quitarse el seco parece la escena de un crimen, además, refiere que anda con el cuerpo revuelto, de manera que Nacho le sugiere que se salte la siguiente inmersión. Nacho ahora es el “Leonardo” de Bea.

Navegamos hasta la zona de los arcos, donde fondeamos. La idea es ir a buscar los caballitos de mar, aunque con Silvia en el agua y Bea en el barco las probabilidades han descendido a valores negativos. Es más, cuando buscas algo en concreto corres el riesgo de cumplir con esa norma no escrita que dice que siempre mirarás a la derecha justo antes de que algo interesante aparezca por la izquierda.

Seguimos hasta la cueva con bolsa de aire y recorremos el extraplomo tan bonito que tiene esta isla sorprendiendo a un par de brótolas en lo más profundo. Luego, seguimos entre los grandes bloques jugando al escondite con un enorme dentón y los veloces espet…inos. Como las baterías de la cámara duran menos que un negro gracioso en una película de miedo, decido regresar y dar por concluida esta serie de inmersiones.
De vuelta a la bahía de Altea, dispuestos a comer antes de ponernos en carretera. Allí estamos todos los que quedamos: Rafa, Santi, Silvia, Ángel y Nacho, que tras una ducha se le ha quedado el pelo más bonito que el de Bea, como en los matrimonios heavy.
Ángel, en un gesto tan romántico como de arrastrar de los pelos, decide acompañar a Silvia a buscar un “cajero de los de sacar dinero”.

Como yo no cuento mentiras (le doy amplitud a la verdad), el resumen de la escapada es este: Un innovador lugar donde sirven los gin tonics con tónica, alcanzar la velocidad de la luz en un Seat León, las rimas de siempre, bolsos de piel de cebra (de cebra de alcantarilla), un segundo que no llega, las que hacen MAGIA en la popa, el listo que todo lo sabe que es un waterparties, saber disfrutar del té rojo, leyendas marinas imposibles de demostrar, hípsters subacuáticos, objetivos incumplidos, orejas y tirones de ojeras (más o menos), un coche con problemas de EGB, dos manguitos rotos, un regulador con los “graves” disparados, lo de los polvos, la nominación al Borraja de oro, la mía para el Collejón, el asunto de las chonis, lo de las señoritas que cobran los besos, medregales, vaquitas, pulpos, congríos y una libreta que ya va llenando muchas páginas.

Olor a sal del aire espeso del mar, piedras desgastadas por mareas… Las buenas inmersiones están cerca.

(Otra Scubacrónica de José Lúis González)

Muchas gracias por dedicar tu tiempo a interesarte en "qué hacemos".

Un saludo
Raúl :D

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